MOGADISCIO, SOMALIA (06/FEB/2017).- Xabiibo Adan vende gasolina embotellada en puesto callejero del centro de Mogadiscio, negocio que le da lo justo para vivir y pagar el colegio de dos de sus cinco hijos. Igual que a otras miles de personas, su trabajo le expone diariamente a morir en un atentado de Al Shabab.Desde su puesto escucha a diario el sonido de los vehículos militares, de los veloces coches oficiales aparatosamente escoltados y de las tanquetas de las agencias internacionales de cooperación. Frecuentemente, no menos de dos veces al mes, oye fuertes explosiones y ráfagas de disparos.El camión bomba que mató a 32 trabajadores en el puerto a finales de diciembre hizo temblar su tenderete. El coche bomba y los disparos que asesinaron a 22 personas hace dos semanas en un hotel cercano le sacudió el corazón.Los yihadistas suelen apuntar a políticos y diplomáticos, pero la mayoría de sus víctimas son ciudadanos corrientes que, como ella, asumen la muerte como un miedo cotidiano."Tengo que vender gasolina. Tengo que conseguir al menos diez dólares para poder dar de comer a mis hijos", cuenta a Efe Xabiido, que perdió a su marido en la guerra civil que comenzó en 1991, tras el derrocamiento del dictador Mohamed Siad Barré.Sin un gobierno efectivo, el país cayó en manos de señores de la guerra, de bandas armadas de delincuentes y de milicias radicales islámicas como Al Shabab.Solo el pasado año murieron 659 personas en 241 ataques terroristas en el país del cuerno de África; el 90% fue obra del citado grupo islamista, cuyo principal objetivo sigue siendo la capital.Amenazados por un peligro real de balas y bombas, los 1.2 millones de habitantes de Mogadiscio encaran cada día con una esperanza de normalidad.A primera hora de la mañana, la ciudad dibuja el aspecto de cualquier otra que despierta: colas en las paradas de transporte, comercios abriendo sus maltrechas puertas, personas caminando hacia su lugares de trabajo, padres y madres dejando a sus hijos en el colegio.También los hay, y cada vez en mayor número, que acuden a la playa, donde la tradición de encuentro frente al mar vence a cualquier miedo."No tengo otra capacitación profesional, solo puedo ser taxista. Mis movimientos están limitados por los controles de seguridad y la restricción de zonas, pero tengo que alimentar a mi familia", relata Yasin Hussien Ali, que está especialmente preocupado por lo que pueda ocurrir el próximo miércoles.Ese día, y tras cinco aplazamientos desde agosto de 2016, los 275 nuevos diputados del Parlamento elegirán al presidente del Gobierno en el proceso electoral más democrático que ha visto Somalia en 47 años, y Al Shabab ha prometido que atentará en todo el país.Según explica a Efe el experto en seguridad Abdullahi Gedi, los días previos y posteriores a la designación son de confinamiento: "Los ciudadanos no pueden hacer vida normal. No hay colegio ni negocios abiertos, todo el mundo debe permanecer en sus hogares".En su memoria está el intento de asesinato que sufrió en 2012 el presidente Hassan Sehid Mohamud, cuatro días antes de su investidura oficial, mientras ofrecía una rueda de prensa en un hotel.Para casi todo el mundo, este "cierre oficial" supone un buen bocado a su ajustado presupuesto de vida."El Gobierno cierra casi todas las calles y mis posibilidades de trabajar con el taxi quedan muy limitadas. Dependemos de una pequeña ganancia diaria, si la perdemos nuestra cesta de alimentos está en riesgo", lamenta Yasin.A pesar de todo, el conductor deposita su optimismo en el nuevo Gobierno, convencido de que emprenderá una verdadera ofensiva contra Al Shabab que abrirá nuevos distritos a su vehículo.Xabiibo, en cambio, no parece tan entusiasmada: "No espero grandes cambios porque conocemos a los candidatos y su trabajo. No tienen ninguna estrategia para proteger a la gente más vulnerable de Somalia".