Jueves, 09 de Octubre 2025

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Un recuerdo de Julio Haro

Por: Alfredo Sánchez

El viernes pasado, 5 de julio, se cumplieron 58 años del nacimiento de un talento peculiar nacido en San Luis Río Colorado, Sonora, pero avecindado por muchos años en Guadalajara: Julio Haro. A manera de recuerdo transcribo aquí un fragmento de un texto sobre Julio y El Personal (grupo musical que fundó en 1987) y que aparecerá próximamente en un libro de crónicas de mi autoría :

Como letrista, Julio era ingenioso y ocurrente, sabía rimar y escribir décimas. Tenía una cultura musical amplia, herencia de sus años en el norte —había nacido en San Luis Río Colorado, Sonora, de donde su familia se trasladó a Guadalajara— y un sentido innato para mezclar buenas ideas musicales y letrísticas. Sus canciones podían lo mismo desternillar de risa al público que asistía a los conciertos en la Peña Cuica-Calli (prácticamente el único lugar donde se presentaba el grupo) que provocar la indignación de las buenas conciencias tapatías. Había en sus letras divertidas referencias sexuales (“Dale de comer al conejito, dale de comer que está chiquito…”); descripciones de la gastronomía regional (“… Allí fue donde me dijo: ¿sabes qué quisiera m´hijo? antes de que yo me vaya, ¡cómprame una jericalla!”) sarcásticas “reflexiones existenciales” (“No me hallo, por más que le hago, no me hallo…”), ingenuas declaraciones de amor con jiribilla (“No te aprietes más mi negra, que de todos modos nos vamos a morir todos…¡qué más te da!…”).

Julio nació, ya lo escribí antes,  en Sonora, pero desarrolló en Guadalajara, de manera un tanto anárquica,  sus múltiples talentos artísticos.  Escribía obras de  teatro (Mamá soy Edipo, ya no haré travesuras, La venganza de la mujer araña),  hacía dibujos con tinta china acerca de objetos y escenas cotidianas, realizó memorables programas de radio (Ruta 41, La Tijerilla, El festín de los Marranos),  escribía hilarantes textos —entre otros las célebres aventuras de Gay Lusac, el terror de los bugas proclives,  en la recordada revista Galimatías— y fundó El Personal para el que escribió algunas de las mejores letras  de que se tenga memoria en la música nacional —La Tapatía, No me hallo, Niño déjese ahí, Nosotros somos los Marranos, Dale de comer al conejito, entre otras joyas—. Todo ello marcado por un irreverente  sentido del humor  totalmente antisolemne.

Es cierto que, como en todos los buenos grupos,  había una química indefinible que hacía funcionar bien las cosas  más allá de los talentos individuales, pero no creo exagerar —y esta afirmación seguramente despertará alguna polémica— al decir que Julio era El Personal.  No minimizo las aportaciones de los demás, todos contribuíamos en la medida de nuestras posibilidades y limitaciones; sin embargo, el grupo  podría haber prescindido de cualquiera menos de Julio. De hecho, creo que esa es la razón por la que los intentos de reagrupación posteriores a su muerte no tuvieron el éxito esperado. Se podía reclutar a músicos más capaces, seguir componiendo  en una línea desmadrosa e irreverente, tener al frente a un cantante con mayor capacidad vocal;  pero lo principal era imposible de recuperarse y eso tenía nombre y apellido.
 

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