De entre los grandes exploradores que registra la historia, se ha considerado al escocés David Livingston (1813-1873) como el gran explorador del siglo XIX. Su carácter empecinado le permitió completar la carrera de medicina e ingresar en la Sociedad Misionera de Londres para desarrollar la gran aspiración de su vida: predicar el Evangelio. Lo hizo en África, un lugar que en los mapas aún figuraba como “el continente misterioso”, cosa que no desanimaba a Livingston, convencido de que en ese vasto territorio habría cientos de tribus a las qué evangelizar. Bien pertrechado espiritualmente, en la primavera de 1841 desembarcó en Sudáfrica que lo llevarían a cruzar el Desierto de Kalahari, descubrir el Lago Ngamay, recorrer el curso del Río Zambeze, antes de intentar en 1853 cruzar el Continente Africano de Este a Oeste, en una expedición nunca antes realizada. Partiendo de la Ciudad del Cabo se dirigió al Norte acompañado por 27 hombres de la tribu Makololo. En el viaje tuvo que hacer frente a la enfermedad, al hambre y a tribus hostiles. Durante seis meses caminaron por tierras selváticas que a punto estuvieron de acabar con la vida del escocés. Sin embargo alcanzó las costas de Luanda ante el asombro general, después de haber atravesado dos mil 145 kilómetros a pie. Rechazó ofertas de repatriación para sanarse y caminó al Este en dirección a Sesheke en pleno Centro del Continente. Una rama le cegó un ojo, y las fiebres reumáticas casi le impedían caminar. A los 80 kilómetros encontró unas imponentes cataratas llamadas por los lugareños Mosi Oa Tunya (“El humo que retumba”) y a las que él rebautizó como cataratas Victoria. En mayo de 1856 entró en la población de Quelimane, en la Costa Este, tras descender el curso del Río Zambeze y completar una hazaña sin precedentes… A su regreso a Londres, la Real Sociedad Geográfica le otorgó la Medalla de Oro por esta gesta elevándolo a la categoría de héroe. Por ello, el estupor general al saberse que, en una nueva expedición africana, el doctor había dejado de dar señales de vida en 1869… Cuando el reportero del New York Herald, Henry Stanley, lo encontró dos años después en la aldea Oujiji, el misionero era ya un anciano abatido por la enfermedad, dejando de existir en 1873. Los propios africanos le enterraron bajo un boabab como señal de reconocimiento, mientras su cuerpo era trasladado a Inglaterra conservado en sal.*Durante siglos, Europa ignoró al gran Continente Africano; había sido incapaz de ver algún beneficio económico en la exploración del Continente que se abría hacia el Sur. Fueron los navegantes portugueses del Siglo XV, quienes establecieron las primeras colonias comerciales en sus costas. Holandeses, franceses e ingleses siguieron sus pasos y, durante tres siglos, desde enclaves costeros comerciaron oro, marfil y, sobre todo, esclavos. Algunos estudios afirman que 25 millones de africanos fueron víctimas de la trata de seres humanos. Sin embargo, en el último cuarto del Siglo XIX, las ambiciones de las grandes potencias cobraron auge inusitado. El ejemplo más claro fue el del rey Leopoldo II de Bélgica, quien subvencionó expediciones por el Río Congo que le permitieron apoderarse de una extensión de 2.5 millones de kilómetros cuadrados para obtener caucho, aceite de palma y marfil… A finales de 1884, 14 países europeos celebraron la Conferencia de Berlín para repartirse el Continente en áreas de influencia comercial. El 90% de África estaba gobernado ya por europeos con toda clase de argumentos “civilizatorios” según el lenguaje colonialista. Los nuevos territorios se convirtieron en gigantescas plantaciones y campos mineros que sólo beneficiaron a las metrópolis.*Un presidente mexicano es como Dios, pero con más atributos.*Hoy en día, la frivolidad de los enriquecidos se enmascara de altruismo.*Un político cargado de oro, tiene el rebuzno sonoro.