Cualquier semejanza es causa casual, como se dice regularmente acerca de las películas; lo cual no aleja la reflexión y eventual comparación del espectador con los acontecimientos atraídos por la historia y los medios de comunicación contemporáneos. Indestructibles, los mercenarios y El Dictador resultan conceptos interrelacionados inevitablemente. Los intereses económicos, las fuerzas oligárquicas y su desembocadura en violencia secuestran al mundo y alimentan imaginación conducida a la pantalla. Silvester Stallone y Bruce Willis imantan al cinéfilo en la narración de un procedimiento relativamente rutinario de fácil retribución económica, que se complica con la trágica muerte de un compañero asesinado que induce a la venganza. Así, el brutal asesinato del compañero se convierte en la justificación de acciones, a su vez conducentes al descubrimiento de sustancias cuyo empleo bélico puedan crear desequilibrio en el mundo. Coincide en la cartelera El Dictador con otro personaje equiparable a los propietarios de audacia y el poder para crear un régimen de aparente prosperidad y oculta miseria en lucha abierta contra la democracia. El Dictador inició su régimen a la edad de seis años, tras la muerte trágica de su padre, objetivo de casi un ciento de balas; desde entonces, con un hombre de confianza, rige destino de aquella población, circunstancialmente ligada al petróleo. La lejanía de aquel país imaginario se anula y conduce al Dictador a Nueva York, donde se alojan expatriados y exponen quejas ante la Organización de las Naciones Unidas oponiéndose a la continuidad de un régimen injusto. Mercenarios, indestructibles, dictadores forman un engendro de inquietud real en gran parte del mundo, y cualquiera que sea el tratamiento cinematográfico, la crueldad existe y rige la inequidad que padecen millones de seres humanos a pesar de los avances prodigiosos de la tecnología que no logra otorgar felicidad. Dios nos guarde de la discordia.
