Cada vez conozco más mujeres de mediana edad que expresan su agobio por sentirse confundidas con sus temas amorosos. No saben si quieren o no al novio o al marido. Parecen deshojar la margarita con el clásico: lo quiero, no lo quiero. Algo les está pasando, que de estar muy seguras de lo que quieren, de repente entran en un significativo estado de confusión. Comienzan por sentirse inseguras y con incertidumbre, y acaban por llorar porque no se sienten felices con el hombre que tienen. Parece que en su corazón se escuchan cantos de arrepentimiento y desean encontrar alguien mejor al que ya escogieron. Cuando caen atrapadas en la duda entran en un estado de tristeza e inconformidad y les nace una voz que les repite constantemente “¡con Él ya no eres feliz!”. Y claro, se topan con una lucha interna entre el corazón y la razón. Ya no saben si dejarlo o seguir con él. Están de lleno en un estado de confusión, que por momentos resulta insalvable. La situación las marea, las trastorna, las hace buscar a sus amigas para contarles la historia del dilema en el que han caído. Mientras tanto, los varones no saben qué pasa, sus amadas de repente están de buenas y sin motivo alguno caen estrepitosamente en la indiferencia y el desdén. La confusión femenina ahora es un desconcierto masculino, ¿pues qué le pasa? Es la pregunta usual del despistado caballero, que no atina a descubrir que el corazón de su pareja ha caído en el bache de la confusión. El hombre se asusta con las conductas de duda, se siente en la ignorancia emocional, trepado en una extraña expectativa, espera agazapado el veredicto de su amada sin ni siquiera enterarse de lo que está pasando, y todo porque ella está confundida. Y cuando finalmente la dama decide confesar su estado de confusión, se inicia la tragedia. Para el hombre esa revelación huele a un lamentable final de la relación, la imaginación respinga con un ¡ya no me quiere! La sensación de rechazo lo abraza con abrumadora angustia. La mujer perturbada por su estado de confusión, tampoco atina a comprender los exabruptos y enojos de su pareja, tras haber dado semejante noticia. La duda inicial se expande y comienza a trastornar la relación de fondo. La ruptura es inminente. Aunque muchas mujeres lo pretenden maquillar con un “es sólo temporal”, el hecho consumado es que ya dejaste de ser mi “hombre”. Y la imaginación masculina lanza su inmediato cuestionamiento: “¿Y quién me sustituye ahora”. Pronto la confronta, ella sólo responde, entre llantos y sollozos, sólo estoy confundida y ni yo misma me entiendo. El drama de las mujeres en este estado de duda tiene mucho que ver con la maternidad, pues las que más lo sufren suelen ser personas que rechazan o posponen su maternaje y sienten que el hombre en turno las debe llenar plenamente. Y la verdad no hay caballero que lo logre.