En el Diccionario de la Real Academia aparece el sustantivo “ostracismo”: “Del gr. ὀστρακισμός ostrakismós. 1. Entre los antiguos atenienses, destierro político. 2. m. Apartamiento de cualquier responsabilidad o función política o social”. Sin embargo, los curiosos procederes de la Madre Academia, como la bautizó Nikito Nipongo, de feliz memoria, hacen que no se registre el sustantivo original del cual se deriva éste, y que en otros diccionarios sí aparece. Óstracon (a veces se ve sin acento) viene de ὄστρακον que significa originalmente concha, cáscara, caparazón; de ahí vienen “ostra” y “ostión”, por ejemplo. Ahora, en arqueología, designa un tepalcate con inscripciones. En la antigüedad, el papel, el papiro y el pergamino, escasos y caros, se destinaban a usos nobles, así que la lista del mandado, el inventario del tendero o los recados puntuales se escribían sobre conchas, fragmentos de piedra calcárea o pedazos de cerámica (reciclaje de ollas rotas). Lo del ostracismo es una evolución a partir de esa palabra anterior y se debe a una práctica muy sabia de la antigua Atenas. La asamblea de los ciudadanos podía decidir, por mayoría de votos (que se expresaban precisamente por medio de óstraca -plural de óstracon-), que tal o cual personaje, que por lo general era un político, claro, representaba un peligro para Atenas, y entonces era ostracizado (verbo un tanto feo, pero que tampoco registra la RAE): se le daban diez días para salir de la ciudad y diez años en el exilio, más bien lejecitos, fuera del territorio ático. No era una pena judicial ni una condena penal, sino una medida democrática de alejamiento político, un recurso contra los influyentes sospechosos de aspirar al poder personal. No conllevaba castigos pecuniarios, ni para las familias de los afectados, y se mantenían los derechos civiles. Total: era una medida bastante civilizada y humanitaria, que mucho se antojaría poder aplicar en el presente a una lista no corta de personajes de la vida pública. Volviendo a los óstraca: en los museos hay muchos de esos tepalcates de los atenienses, pero también, y se les ha llamado así por extensión, miles y miles provenientes de toda la cuenca mediterránea, algunos mucho más antiguos que los de Atenas. Abundan por ejemplo en Egipto, en Siria, en Israel, donde por efecto del clima se han conservado muy bien. Los arqueólogos, historiadores, biblistas y demás anticuarios los aprecian mucho porque suelen aportar información de otro modo inaccesible sobre la vida cotidiana de las culturas antiguas, que aunque tuvieran escritura no registraban para la posteridad las minucias de sus actividades más banales o intrascendentes. Las grandes biblioteca s y los principales museos del mundo tienen colecciones de óstraca, y con los avances tecnológicos están siendo revisadas porque ahora es posible leer cosas que antes estaban totalmente borradas a simple vista. Por ejemplo, en la Universidad de Tel Aviv están descifrando textos o anotaciones antes invisibles sobre óstraca hallados en la década de 1960 en las ruinas de la fortaleza de Arad (siglo VI AC).