Por Xavier Toscano G. de Quevedo Dentro de la grave y peligrosa crisis que estamos viviendo en nuestra hermosa fiesta brava, - hoy amenazada por los continuos e insaciables ataques, que dirigen sin conocimientos, ni razón y nulos fundamentos los detractores de la tauromaquia – uno de los problemas que se ha venido agudizando en los últimos años, es el de las novilladas. La tan llevada y traída globalización ha implantado una nueva forma de vida en nuestro planeta dando paso a diversos avances, pero que también trajo incorporado varios problemas, y posiblemente el más agudo es el de la crisis económica que ha arrastrado a muchos países del mundo, entre ellos a España y en porcentaje menor también a nuestro país. La fiesta brava, como una actividad más de la sociedad, se ha visto reciamente afectada por esta grave desestabilización monetaria, y en este año en particular, estamos siendo testigos de una reducción importante en las corridas de toros en la península ibérica, pero más sustancialmente los daños han repercutido en el ámbito de las novilladas. No obstante que la organización de los festejos menores – novilladas – implican para los empresarios menores costos que los festejos con matadores, la escasa asistencia de público a las plazas es uno de los factores de riesgo para su organización. Pero la problemática es compleja, si no se programan festejos menores, imposible que aparezcan novilleros y sin novilleros entonces: ¿qué expectativas le esperan a nuestra fiesta? Pero cuidado, no atribuyamos toda la culpa a la crisis económica, que bien vale la pena retroceder en el tiempo y acordarnos que la inasistencia de aficionados y público a los tendidos, específicamente en nuestro país, ha sido una consecuencia de la actuación inoperante, de la pésima dirección y del patético y deplorable montaje de los festejos, por las empresas que ¿manejan? el espectáculo taurino aquí. Nuestra fiesta está urgida de un trabajo comprometido, serio y formal, en donde se involucren personas decentes, respetables y honestas en todos sus sectores, para lograr rescatar esta tradición ancestral de nuestro México. Así también, mucho trabajo, dedicación y entrega se les pide a los jóvenes que hayan abrazado “libremente” la profesión de lidiar reses bravas. Pero asociado a estas condiciones es ineludible que se cuestionen: ¿poseo intuición?, esta virtud no la enseña ni la transmite ningún maestro, es un don que solamente lo otorga Dios, y en esta difícil profesión lo concede a muy pocos. Definitivamente el ser torero es logro de unos cuantos y llegar a ser figura es prácticamente imposible. Logran esta jerarquía uno en cada cuarto de siglo, y aunque son muchos los que lo intentan, la gran mayoría se van quedando en el camino rezagados; primero por carecer de los conocimientos necesarios, o por que nunca tuvieron capacidad para aprenderlos o asimilarlos, y primordialmente porque la gracia de la intuición o la visión clara y profunda para enfrentar reses bravas no les fue concedida. No obstante existen toreros que logran con un bien aprendido oficio - en las autenticas escuelas de tauromaquia - suplantar o remplazar esa parte que les falta de intuición, obteniendo excelentes resultados en su profesión, ganándose el respeto y admiración de los aficionados. Todos los grandes maestros de la tauromaquia se han forjado como novilleros en escuelas; recordemos a la primera gran figura de nuestro país, Rodolfo Gaona. Él aprendió en la escuela de León, que dirigía el maestro español Saturnino Frutos “Ojitos”. Por esa misma época en España nacía para el mundo de los toros José Gómez Ortega “Joselito”, que no obstante su precocidad e intuición para lidiar reses bravas, aprendería el oficio bajo la dirección de su hermano Rafael. Años más tarde en la ciudad de Saltillo llegaba a la fiesta un niño de sólo 13 años con una fácil y asombrosa manera de torear y caminar frente a los toros, era el maestro Fermín Espinosa “Armillita Chico”, quien también había absorbido como esponja los consejos y lecciones de su hermano Juan. Finalmente en la década de los 60 aparece un joven novillero de Monterrey con una profunda sapiencia y maravillosa intuición, él llega a los ruedos como la última figura que nos daría nuestro país, Manolo Martínez. Solamente necesitó de 34 novilladas y menos de un año para alcanzar la alternativa – otorgada por el “Ave de las Tempestades” Lorenzo Garza- y convertirse en la figura y el mandón de la fiesta. Hoy, que vivimos la primera década del siglo XXI aparecen en nuestros ruedos jóvenes en la búsqueda de alcanzar sueños de gloria en este complicadísimo mundo de los toros, ellos nacidos del proyecto relevante llamado “Tauromagia” iniciativa que diseñara Martín Arranz en vínculo con Julio Esponda. Una vez más fueron los maestros españoles Carlos Neila y Juan Cubero, los designados para preparar a un grupo de aspirantes de donde surgieron los nombre de: Octavio García “El Payo”, Mario Aguilar, Arturo Saldívar, Sergio Flores y probablemente el último de los jóvenes, Ricardo Frausto. Las lecciones les fueron dictadas, los conocimientos transmitidos, les enseñaron los principios necesarios para estar y comportarse dentro y fuera del ruedo, y todos los secretos necesarios e importantes para que desplegaran adecuadamente el oficio de lidiar reses bravas. Pero, ¿quién de ellos asimiló cabalmente todas las enseñanzas? ¿Cual es el que estará dispuesto a conquistar la gloria? ¿Quien es el que verdaderamente posee el don? ¿Encontró la fiesta en México por fin a una nueva figura? ¿Es que todavía tendremos que seguir esperando? La respuesta exclusivamente la tienen ellos y todos los demás jóvenes que sueña con conquistar la gloria, dentro de este complicado y difícil mundo que vive únicamente por su Majestad El Toro Bravo.