Yo, llegué a la Universidad antes que cualquiera de mis compañeros de generación. Pero fue por error. Tenía quince años y por venir leyendo en el camión que me llevaba a la prepa, todo Insurgentes, me pasé casi cinco kilómetros y acabé en Ciudad Universitaria. No recuerdo el libro que traía entre las manos ese septiembre de 1975. Caminando llegué hasta Filosofía y Letras (destino manifiesto) buscando un refresco. Y allí, en un pasillo, rodeado por seis o siete jóvenes menos jóvenes que yo, vi al centro de la mínima multitud, a un hombre que con descuidada distinción portaba unos lentes de miope y una barba de chivo, hablando entre esos que lo cobijaban como un puerto de abrigo. Yo digo que me miró, un instante, pero no es cierto. La memoria es esa materia traicionera que se va acomodando a nuestros deseos al puro antojo con el paso del tiempo. No me acerqué en ese momento por pudor, por andar en territorios que no me pertenecían, por cobarde. Pero lo vi. José Revueltas. Inconfundible. Corrí hasta los puestos de libros en el pasillo de la facultad, buscando uno suyo, el que fuera, con la certeza latiéndome en las sienes de que esa sería, sin duda, la única oportunidad que tendría de hacerme de su firma. Y sí, allí estaba, de segunda o tercera leída, desconchado, abierto casi como una flor, “Los muros de agua”. Sin dudar, puse sobre el mostrador el libro que traía, ese que no me acuerdo de quien era, y mis únicos diez pesos, y sobre todo, una sonrisa de oreja a oreja de niño perdido de Nunca jamás. El tipo con camiseta raída me miró y dudó unos preciosos minutos, mientras yo seguía sonriendo con el libro que no recuerdo en una mano, y el billete de diez en la otra. Hasta que me lo dio, de mala gana. Y salí corriendo al pasillo para buscar a José “Pepe” Revueltas. Pero no estaba. Se había marchado. El libro está en mi casa. Es una edición de autor, de las que hacía Revueltas con su propio dinero. No está en venta, ni en trueque, ni se presta. Nunca jamás. Revueltas murió el año siguiente, 1976, y yo conservo el libro como un verdadero tesoro. No está firmado, pero como si lo estuviera. Es el libro de Revueltas que adquirí por casualidad, el día que vi de lejos a Revueltas. O en una de esas, ya que estaba tan enfermo, ni siquiera fuera él, pero no importa. Un joven más joven que yo mismo, me diría sin duda que parezco, ahora mismo, un “grupi”. Lo acepto. Como condición y también como cicatriz.