Domingo, 12 de Octubre 2025

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Novo: sonetos de Navidad

Por: María Palomar

Novo: sonetos de Navidad

Novo: sonetos de Navidad

Entre la prodigiosa floración de talentos de todo género que vio la primera mitad del siglo XX en México se corre el riesgo de olvidar a muchos. Hay que recordar al mejor Salvador Novo (1904-1974), que es muy, muy grande. Por casi dos décadas, Novo mandó a sus amigos un soneto para Navidad. Van algunos.

Detrás del muro blanco de los días
calla el Misterio. Pródigas, las horas
nos llevan de la mano a las auroras
de sus sorpresas y sus alegrías.

Días, horas, auroras y alegrías
llenen de dicha, pródigas, las horas
de un Año Nuevo tal, que sus auroras
renueven la ventura de sus días.

Cuente el reloj la dicha de las horas
que palpitan al ritmo de los días
luminosos de espléndidas auroras.

Y pruebe con los suyos alegrías
que hagan volar los años como horas
y transcurrir las horas como días
                                                                 (1956)

*
Mayo nos dio corolas asombradas,
su fuego Julio; y en Agosto hubimos
la exaltación sorbida en los racimos
de sus uvas azules y doradas.

Crepúsculos Octubre en llamaradas
espiga coronó frutos opimos.
Y en la sien de Noviembre percibimos
un augurio de nieves angustiadas.

Vientre de sal, Diciembre nos depura
grávido ya de nueva Primavera
germinada en el yermo de su albura.

La vida así reanuda y persevera.
¡Que el Cielo nos otorgue la ventura
de gozarla pletórica y entera!
                (1957)
*
¿Cuántos veremos más soles ardientes
nuestras horas regir, y hacia un ocaso
-¡tan parecido al alba!- nuestro paso
llevar a cuántas más noches silentes?

¿Acaso nos reserva sus presentes
mejores el futuro? ¿Cuáles brazos
aguardarán los nuestros -dulces lazos-,
reposo al fin, o dádivas fervientes?

El alma que interroga y adivina
lo sabe bien. El astro que florece
en ceniza de pétalos germina.

Añora. Espera. Apenas la estremece
el milagro de un año que termina
y el prodigio de un día que amanece.
                (1959)
*
Gracias, Señor, porque me diste un año
en que abrí a tu luz mis ojos ciegos;
gracias porque la fragua de tus fuegos
templó en acero el corazón de estaño.

Gracias por la ventura y por el daño,
por la espina y la flor; porque tus ruegos
redujeron mis pasos andariegos
a la dulce quietud de tu rebaño.

Porque en mí floreció tu primavera;
porque tu otoño maduró mi espiga
que el invierno guarece y atempera.

Y porque entre tus dones me bendiga
-compendio de tu amor- la duradera
felicidad de una sonrisa amiga.
                (1961)
 

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