Entre la prodigiosa floración de talentos de todo género que vio la primera mitad del siglo XX en México se corre el riesgo de olvidar a muchos. Hay que recordar al mejor Salvador Novo (1904-1974), que es muy, muy grande. Por casi dos décadas, Novo mandó a sus amigos un soneto para Navidad. Van algunos. Detrás del muro blanco de los días calla el Misterio. Pródigas, las horas nos llevan de la mano a las auroras de sus sorpresas y sus alegrías. Días, horas, auroras y alegrías llenen de dicha, pródigas, las horas de un Año Nuevo tal, que sus auroras renueven la ventura de sus días. Cuente el reloj la dicha de las horas que palpitan al ritmo de los días luminosos de espléndidas auroras. Y pruebe con los suyos alegrías que hagan volar los años como horas y transcurrir las horas como días (1956) * Mayo nos dio corolas asombradas, su fuego Julio; y en Agosto hubimos la exaltación sorbida en los racimos de sus uvas azules y doradas. Crepúsculos Octubre en llamaradas espiga coronó frutos opimos. Y en la sien de Noviembre percibimos un augurio de nieves angustiadas. Vientre de sal, Diciembre nos depura grávido ya de nueva Primavera germinada en el yermo de su albura. La vida así reanuda y persevera. ¡Que el Cielo nos otorgue la ventura de gozarla pletórica y entera! (1957) * ¿Cuántos veremos más soles ardientes nuestras horas regir, y hacia un ocaso -¡tan parecido al alba!- nuestro paso llevar a cuántas más noches silentes? ¿Acaso nos reserva sus presentes mejores el futuro? ¿Cuáles brazos aguardarán los nuestros -dulces lazos-, reposo al fin, o dádivas fervientes? El alma que interroga y adivina lo sabe bien. El astro que florece en ceniza de pétalos germina. Añora. Espera. Apenas la estremece el milagro de un año que termina y el prodigio de un día que amanece. (1959) * Gracias, Señor, porque me diste un año en que abrí a tu luz mis ojos ciegos; gracias porque la fragua de tus fuegos templó en acero el corazón de estaño. Gracias por la ventura y por el daño, por la espina y la flor; porque tus ruegos redujeron mis pasos andariegos a la dulce quietud de tu rebaño. Porque en mí floreció tu primavera; porque tu otoño maduró mi espiga que el invierno guarece y atempera. Y porque entre tus dones me bendiga -compendio de tu amor- la duradera felicidad de una sonrisa amiga. (1961)