Miércoles, 15 de Octubre 2025
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Ni adiós me dijiste

Por: Martín Casillas de Alba

Ni adiós me dijiste

Ni adiós me dijiste

Rubén Bonifaz Nuño murió el 31 de enero de este año, el mismo día que sucedió el accidente en Pemex. Por eso, quedó pendiente hacerle un homenaje a este hombre que dedicó toda su vida a encontrarle el sentido al amor y a la existencia a través de sus poemas con versos como éste que dice: “Y tú tan tranquila. Me acabaste; ni adiós me dijiste…” o traduciendo la poesía clásica latina y griega, como la que hizo con los amores de Catulo (87-57 a.C.) y Clodia —Lesbia como la llamó en sus poemas—, en donde encuentra, entre otros, este sentimiento encontrado: “Odio y amo. ¿Quizá me preguntas por qué lo hago? / No lo sé, pero siento que es así y sufro”.

Para traducirlos tuvo esa percepción especial, como la que se necesita para entender el original, y la capacidad de análisis y decodificación de sus componentes, así como, las relaciones entre la riqueza, la diversidad y la complejidad que está implícita, hasta poder escoger las palabras, los sonidos, las imágenes de cada verso y el estilo que debe permear al lector para que entienda los significados y sus equivalencias y, por último, que mantenga implícita la atmósfera que se respiraba en Roma después que Julio César había decidido cruzar el Rubicón. Todo esto le sirvió de alimento para que pudiera comunicarnos todo esto en ese catálogo que forma parte de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum de la UNAM.

Falto de imaginación fue el homenaje que se llevó a cabo el jueves pasado en una Sala Nezahualcóyotl, que estaba a reventar, en donde unos jóvenes leyeron textos de personajes ausentes —sin chiste—, un grupo musical interpretó La bruja y La vida no vale nada —no me pregunten por qué—, y, los poetas Eduardo Lizalde, Vicente Quirarte y Juan Gelman en vivo leyeron cuatro poemas del homenajeado, en vez de haber hablado de lo que significó la vida y la obra de poeta.

Mientras esto sucedía imaginaba la afortunada vida del poeta tratando de encontrar la palabra correcta para que se ajustara a la métrica y a la idea misma de lo que quería decirnos y, al mismo tiempo, encontrar cómo, en esa brevedad, podemos abrevar los que andamos por este mundo sorprendidos de ver nuestro reflejo en las aguas donde el poeta ha extendido su manto de palabras.

Lizalde es poeta mayor con poemas a los que me conecto como éste, que es una especie de paradoja entre el tiempo y el dinero:

“Al tacto cuento el oro y cuento el tiempo,

y pierdo siempre el tiempo y pierdo el oro,

pues pierdo el oro por ganar el tiempo

y el tiempo pierdo por ganar el oro”.

Vicente Quirarte es otro poeta que estuvo cerca de Bonifaz Nuño, a quien le tomó el pulso para algunas de sus composiciones que luego revirtió en esto que le llamó el Encuentro con la nieve:

“Nevó toda la noche y amanece

la tierra inmaculada.

Quién pudiera decir que bajo el manto

prepara su verdor la primavera”.

Mejor me remonté a los años de editor para revivir la alegría que me dio cuando pude contarlo en el catálogo, tan apreciado en su momento, como si hubiese logrado con el librito de Los poemas a Lesbia llegar cerca del Olimpo, para ponerme a bailar con las musas en la fuente de Mnemosine allá en Delfos, refrescada la cara con su agua cristalina antes del amanecer y antes que se nublara el panorama.
 

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