El satélite es implacable: registra hasta el último rasgo de lo que los hombres han hecho en este rincón del planeta. Nada malo era el lugar, por cierto. Un amplio valle cruzado por arroyos limpios, flanqueado por una barranca que le servía de defensa y confín, y por un bosque abrupto y dilatado hacia el otro viento. Feraces valles contiguos, propicios para allegarse alimento. Y, a unas cuantas leguas, la mayor laguna conocida.Guadalajara cumple ahora su Navidad número 473. Todas, sin duda, han tenido su celebración. Don Luis González y González, el célebre historiador de San José de Gracia —y formado, por cierto, en el Instituto de Ciencias de Guadalajara— solía decir que las generaciones se suceden, en la toma de decisiones y en la definición de los rumbos públicos, cada quince años. Con esa cuenta, son apenas 31 las que hasta ahora han incidido para llevar a la ciudad a dónde ahora está.En la cuenta larga, la metrópoli tapatía es una urbe joven. Con otro parámetro, que considere que la población que ha nacido y muerto en este valle puede haber tenido una duración promedio de cincuenta años, encontramos que solamente ha habido nueve transcursos vitales entre el día en que una fatigada comitiva optó —el año de gracia de 1542— por sentar aquí sus reales, y los días que corren.Pero, en fin: 31 promociones de tapatíos, a través de las nueve generaciones completas, han hecho de esta ciudad y este territorio lo que ahora es. Han sido los responsables de las condiciones en las que, ahora, cuatro millones y medio de vidas transcurren. Grandes injusticias y desigualdades prevalecen, acuciantes necesidades de servicios, infraestructuras y, en general, de calidad de vida, subsisten. Pero, no podemos olvidarlo con la perspectiva de la historia: vivimos en una ciudad que está inmersa dentro de un proceso de construcción y ajuste que está en nuestras manos, en las de las presentes generaciones, y que es factible gobernar, modificar, enderezar. (Se podrá, por supuesto, depositar siempre la cuenta de las desventuras en agentes ajenos: el gobierno federal, la economía, la rapacidad neoliberal, etcétera: es preciso, sin embargo, hacerse cargo del propio destino.)Habría que empezar por realizar las acciones necesarias para vivir, otra vez, en paz y armonía (como se desea para las navidades) con nuestro medio natural. De más está decir la inmensa tarea que esto significa: nada que, con lucidez e inteligencia, sea imposible. Y, por el otro lado, están las iniciativas que nacen de cada ciudadano, de cada vecindario y barrio, de cada asociación de buena voluntad: humildemente, cuidar las banquetas; impedir la contaminación de todos los órdenes, exigir y lograr un desarrollo urbano adecuado en cada manzana y cada lote, preservar los árboles y plantar más, reducir el consumo y la generación de basura… En resumen: lo que hace la vida de todos los días.Las ciudades conmemoran, y hasta celebran, la Navidad. Como integrantes de una comunidad humana a la que cupo en suerte habitar en este preciso lugar del planeta, como indispensables —cada uno lo es— miembros de una ciudad que se llama Guadalajara, corresponde a todos, quizás, hacer una reflexión que se acuerde con la temporada. El frágil y cambiante destino de esta mancha blancuzca que desde el satélite es nuestra casa común está, por unos años en nuestras manos. Es necesario asumir la responsabilidad, el riesgo, cambiar las cosas. Es necesario encarar la irrepetible tentativa de ser felices.