Lunes, 21 de Octubre 2024

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Michoacán, las cabezas y la senadora

Por: Jorge Fernández Menéndez

Todo comenzó en Michoacán en el 2006 con unas cabezas que rodaron por la pista de baile de un burdel en las afueras de Uruapan. Fue la declaración de guerra de un grupo que después supimos que se hacía llamar La Familia, y que alcanzó, en su enfrentamiento con otros grupos, pero sobre todo con sus socios originales, los Zetas, convertidos en acérrimos enemigos, y con el cártel de los Valencia, luego del Milenio y ahora Nueva Generación, grados inauditos de violencia. La violencia había nacido mucho antes, también el narcotráfico en la región, pero esas cabezas marcaron el inicio de una forma de enfrentamiento que pasó de ser la excepción a convertirse en la regla.

El municipio de Los Reyes está en las puertas de Uruapan. Es uno de los que estaban virtualmente tomados por los templarios y donde sus miembros fueron desplazados hace apenas unos días por grupos de autodefensa que con ese movimiento tienen prácticamente rodeada la ciudad de Uruapan que, junto a Apatzingán, son consideradas algo así como las capitales de los templarios. Desde la entrada de las fuerzas de seguridad y de las autodefensas a ese municipio se han sucedido los enfrentamientos armados con los templarios. En los hechos es allí donde han sido más numerosos y violentos, donde incluso con una suerte de francotiradores los criminales han disparado contra la plaza central del pueblo y donde han sido detenidos más integrantes  de la organización criminal. Todo esto viene a cuento porque ayer en Los Reyes fueron abandonadas cuatro cabezas, de cuatro personas ejecutadas. Puede leerse como se quiera, pero en esto, como en todo, los símbolos cuentan tanto como tener memoria para saber interpretarlos.

De esa misma zona, pero del cercano municipio de Aguililla, es la senadora Iris Vianey Mendoza, joven, guapa y particularmente controvertida. Primero fue por los cuestionamientos que tuvo al ser designada candidata al Senado cuando dentro del PRD pensaban que existían cuadros con mucha mayor trayectoria para ocupar una posición en la Cámara alta. Luego fue porque a su compañero, su pareja, Carlos Sotelo, lo designó su asesor en el Senado. Más tarde fueron las fotos en La Rumorosa iguaneando. Pero nada de eso podía ser considerado importante. Mucho más grave fue la reunión que convocó en el Senado con un grupo de empresarios que resultaron relacionados con los templarios. La propia senadora reconoce que fue advertida por la panista Luis María Calderón de la filiación de algunos de esos invitados, pero dijo que eran gente de su distrito y que como tales debía escucharlos. También que dijo que esos empresarios habían sido llevados por el alcalde de Apatzingán, un munícipe también ensombrecido por rumores en torno suyo.

Fue un escándalo. Como lo es ahora la divulgación de las fotos de una fiesta en Apatzingán en donde la senadora aparece bailando con esta joven llamada la Barbie grupera, hija de Enrique Plancarte, uno de los tres jefes del cártel de los templarios. ¿Alcanza una foto para establecer una relación? Por supuesto que no. Sí llama la atención que la senadora diga que no conoce a la joven cundo existen muchos testimonios de cercanía. Pero en realidad tiene que haber algo más, mismo que no se ha hecho del ámbito público.

No conozco a la senadora, y no tengo una opinión personal sobre ella, pero creo que el problema de Vianey no es una foto con la hija de Plancarte o la explicación poco convincente que dio sobre la misma (¿por qué en redes sociales se insiste tanto en que explique dónde pasó las fiestas de fin de año?), tampoco el tan peculiar decorado con que amuebló su despacho en el Senado, sino las acusaciones en voz baja que se suceden.
 

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