A Rafael Castellanos, quien es de su misma madera Hace 18 años que el señor licenciado Leobardo Larios Guzmán murió asesinado en la puerta de su casa. Hasta hacía poco que todavía era procurador de Justicia de Jalisco y, ¡claro!, llevaba una mínima protección humana. Nada comparado con los cinturones humanos dentro del cual se hallan ahora funcionarios públicos de menor relieve. Había desempeñado su cargo a las órdenes de dos gobernadores y, claro, había pisado varios callos y algunos malandrines se la tenían jurada. Lógico es que un personaje así conserve la escolta durante un cierto tiempo, máxime que seguiría viviendo en su modesta casa de siempre y seguiría desempeñando sus funciones docentes en la Universidad de Guadalajara, también como siempre. No era, pues, difícil de cazar. No habían pasado dos meses y medio desde su retirada del cargo, por obra y gracia del cambio de Gobierno y la entronización del joven gobernador Alberto Cárdenas Jiménez (a) “Bebeto”. Al saber más detalles y sobreponernos al pasmo que produjo el crimen, tuvimos noticia de que Leobardo Larios iba ese día totalmente solo, en virtud de que el titular del Ejecutivo había dispuesto que se le retirara la escolta. Más fácil aun resultó la macabra tarea para los criminales… Independientemente de su prestigio como abogado, de su espléndida gestión como procurador y de su impecable gestión como maestro, para el suscrito, Leobardo Larios tenía un significado adicional. Lo recuerdo, ¡claro!, cuando fue mi alumno en la preparatoria: callado, atento, puntual y oportuno. Era de los alumnos que se hacen respetar y querer. Su muerte fue motivo de duelo en mi domicilio, nos laceró. Recuerdo claramente el día que le dije: “Leobardo, mi hijo te respeta y te admira ”, a lo que él contestó rápidamente con esa mirada tan afable que ponía a veces: “No tanto como yo a usted”. Cada vez que me acuerdo de la escena, mi orgullo se hincha, pero mi corazón se encoge. No tiene nada de raro. Como tampoco lo es que, al recordarlo, piense también en el tal “Bebeto” y le recuerde el 10 de mayo, precisamente de aquel año 1995, cuando Leobardo Larios Guzmán, hombre bien, murió asesinado por habérsele negado la protección a la que tenía todo el derecho. ¿En qué pensará el ingeniero Alberto Cárdenas Jiménez, modesto regidor del municipio de Guadalajara, después de su fallido intento de ser presidente del mismo, cuando ahora se desplaza bien protegido?