Para resolver un problema, primero hay que entenderlo. Y, a juzgar por sus acciones, no estoy cierto de que todos los alcaldes hayan terminado de entender las consecuencias e implicaciones que tiene la metropolización, mucho menos los alcances y virtudes que tiene el modelo metropolitano sobre el municipal. La creación del Instituto Metropolitano de Planeación, uno de los partos más largos de la historia de la ciudad, es una extraordinaria noticia si y sólo si los alcaldes entienden la trascendencia de lo que están firmando. El instituto puede nacer como el mecanismo que le dé viabilidad y futuro a la Zona Metropolitana de Guadalajara o puede ser simple y llanamente otra instancia burocrática más. Que sea una u otra depende fundamentalmente de que los alcaldes no sólo le entiendan, sino que estén dispuestos a ceder algunas pocas decisiones a cambio de ganar mucha ciudad. Los habitantes de Guadalajara no tenemos ni la culpa ni la necesidad de que la ciudad esté fragmentada por razones administrativas. Nadie vive en Zapopan, Tlaquepaque, Tonalá o Tlajomulco: todos vivimos en una sola gran ciudad llamada Guadalajara. La única conexión con el Ayuntamiento es a quién le pagamos el predial, con quién nos quejamos cuando no recogen la basura y quién se gasta nuestro dinero. Salvo el caso de habitantes de algunas localidades preexistentes a la zona metropolitana, me atrevería a decir que hoy la identidad hiperlocal dejó de existir. Nadie dice soy de San Pedro (Tlaquepaque) o de Zapopan, o de Santa Anita (Tlajomulco). Pero, sobre todo, los habitantes de la misma zona metropolitana queremos tener los mismos derechos y obligaciones para con la ciudad: respiramos el mismo aire, usamos el mismo espacio urbano, circulamos por las mismas calles, bebemos la misma agua, sufrimos la misma violencia. Más temprano que tarde todos los servicios deberán metropolizarse para que la ciudad sea más armónica y más funcional. La instalación del Instituto Metropolitano de Planeación es una de las noticias más esperadas por los urbanistas y amantes de la ciudad. El instituto es sólo el vehículo para resolver los problemas, es la nave que nos puede llevar a buen puerto, pero eso depende en gran medida de que nuestros capitanes se pongan de acuerdo y dejen que el piloto y su equipo, quienes vayan a ser, hagan lo que tienen que hacer y ellos apoyen, con política y con políticas, las decisiones técnicas. Los alcaldes tienen que ceder decisiones presentes para que los municipios ganen futuro. Si ellos entienden el problema metropolitano, ganan ellos y ganamos todos. PS: ayer, por un lapsus brutus atribuible sólo a la brutería de quien esto escribe, llamé Esperanza a doña Esmeralda Villaseñor de Matute. Ofrezco una disculpa a ella y a los lectores.
