Jueves, 25 de Abril 2024

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Las aguas como pretexto

Por: Paty Blue

Doña Pacecita de mi vida y de mi amor, expresé con desacostumbrada melcocha, ¿sería usted tan amable de informarme si, de puritita casualidad, ya estará lista la ropa que le dejé a planchar el lunes?, pregunté cuando llegó el jueves y mis prendas no daban trazas de regresar a su lugar de partida.

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Por esa muy nuestra costumbre de andar con mimosos rodeos verbales (que tanto nos critican españoles y argentinos) para solicitar algo, saqué mis mejores y más finos guantes para exagerar el tacto y dirigirme hacia mi habitual planchadora, porque sé que la mujer es tan buena para exorcizar las arrugas de cualquier indumentaria, como para defenderse frente a cualquier nimiedad que le suene a demanda o exigencia, y no quisiera ni siquiera verme en la pavorosa eventualidad  de ser borrada de su padrón de clientes consentidos, porque la plancha y yo nacimos enemistadas y, tras una formal declaración de guerra en su contra, la exilié de mis haberes domésticos, con todo y burro.

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Pero con todo y mi meloso requerimiento, la susodicha acentuó su sempiterno rictus de amargura y, dando paso a sus pocas y escogidas pulgas, reparó como si le hubiera hecho yo un agrio reclamo por su informalidad y, señalando el bulto que le había hecho llegar y al que ni siquiera le había retirado la sarta de ganchos encima, me hizo saber que la encomienda no había llegado a buen término y que debía yo esperar con paciencia hasta que la doña tuviera a bien cumplimentarla.

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¿Pues qué no ve cómo ha estado lloviendo?, exclamó con tono fulminante. ¿Y  usted cree que con semejante remojadero me voy a poner a planchar?, subrayó con anegado acento. ¡Ni que estuviera loca!, concluyó con indignación y manifiesta renuencia a que retirara yo mis pertenencias para ir en busca de una operaria menos remilgosa.

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No pude más que darle la razón en eso de que ponerse a planchar, en cualquiera que sea la condición meteorológica, es cosa de locos, pero no dejó de extrañarme que, si pensaba posponer su calificado oficio por temporada, hubiera aceptado mi encargo  a sabiendas de que estamos en pleno tiempo de aguas, pero que éstas no se manifiestan de lleno a lo largo de todo el día.

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Su pretexto resultó tan ocioso, como el chubasco de razones que esgrimió para no hacerlo, con la intención de que yo las entendiera y le diera la razón, pero francamente me dio trabajo concebir que a una mujer, con veintitantos años de edad menos que yo, hasta la remota posibilidad de que llovizne le ahuyente el propósito de darse a la tarea solicitada porque, con la sola intención de hacerlo, se le calienta el esternocleidomastoideo que le comienza a punzar con el primer relámpago o vestigio de humedad en el ambiente. Menos le iba yo a creer sus peregrinas teorías de que la ropa que plancha, y por la que hasta el lujo se da de cobrar por adelantado, regresa a su arrugado estado original ante la eventualidad de una ventolera.

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Hasta me pareció escuchar algunos alumnillos que tengo, quienes aducen que, con el razonable pretexto de que llovió, está lloviendo o lloverá, pretenden que se les justifique su impuntualidad o el incumplimiento de los trabajos encomendados. Y como en este momento ya empezó a llover, mejor dejo de escribir. No vaya a ser que hasta el ruido del agua me arremangue los intersticios.

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