Cuando llegamos a un restaurante como consumidores quizá no tengamos la obligación de preocuparnos si el pescado que ordenamos está en veda o en peligro de extinción, simplemente lo comemos y disfrutamos su sabor; es más, en realidad no sabemos sí ese pescado es lo que nos dicen que es. Pero quien provee de ese producto sí tiene la obligación de informarse acerca de su frescura y de si ese pez o marisco está en tiempos de restricción. Algunas ciudades costeras dependen de forma casi exclusiva de la pesca, es decir miles de familias alrededor del mundo basan su economía y sustento familiar de esta actividad, pero es tal la demanda de este producto que la pesca industrializada se ha vuelto en un factor depredador sin precedente. Los 12 millones de pescadores artesanales ven reducidas sus posibilidades de subsistencia. Observan impotentes cómo los poderosos buques extranjeros esquilman sus recursos y poco a poco desaparecen las condiciones que les permitían ganarse la vida. Los gobiernos de los países más industrializados del mundo, Estados Unidos, Japón, Corea, aportan 27 mil millones de dólares como subsidio a empresas pesqueras que no practican una pesca sostenible. La mayor parte de las financiaciones públicas va a parar a la construcción de barcos, cada vez mejor equipados tecnológicamente. Los sectores pesqueros locales no pueden competir con esta pesca industrial, caracterizada por su sistema de arrastre para conseguir capturas masivas de forma rápida. La pesca industrial desecha 15 millones de toneladas de peces, 50% de sus capturas, mientras que con los métodos tradicionales la cantidad descartada es casi nula. La pesca artesanal emplea 24 veces más trabajadores y contamina siete veces menos. Millones de personas se quedarán sin trabajo ni comida. La pesca abusiva devasta el ecosistema marino y extingue de manera progresiva los ejemplares que en él viven. La ONU ya advirtió que, de seguir así, el planeta se quedará sin peces en el año 2050. Es necesario exigir el fin de las subvenciones a quienes no hagan pesca sostenible y la elaboración de una legislación clara a nivel internacional que garantice una actividad respetuosa con el medio ambiente y con las personas. Se tiene que penalizar los aspectos ya tan comunes como los “descartes”, peces que vuelven muertos al mar porque sólo les interesa su aleta o el sistema de arrastre en los fondos marinos con la consiguiente destrucción de la cadena trófica marina. (Datos del Centro de Colaboraciones Solidarias)