Jueves, 09 de Octubre 2025

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La meseta de Lagos de Moreno

Por: Pedro Fernández Somellera

Estoy seguro de que no hay quien haya pasado, en su camino a México, León, o a Lagos de Moreno, que no le haya llamado la atención el enorme cerro –plano como un pastel– que se ve a mano derecha, no muy lejos del cruce de las carreteras. Ese promontorio pétreo y hermoso, siempre me había causado una cierta fascinación. Había un “algo” que me llamaba a cada vez que pasaba cerca: “Un día”, decía, “averiguaré la causa de ese encantamiento”; y con la prisa que tenemos siempre de llegar a donde sea, el encanto se me quedaba en el limbo del suspenso. La atracción por aquel cerro aumentaba en cuanto iba conociendo sus mitos, leyendas, que con su “refregadillo” de misterio se han tejido sobre el.

El domingo pasado, pretextando no sé que tantas cosas, montamos en la camioneta y decidimos averiguar los misterios de la famosa meseta Al llegar al cruce de las carreteras, nos metimos en un intríngulis de brechas y veredas polvorientas, para ver cuál sería la que nos llevaría al pie de la montaña. La primera nos condujo a la ya conocida brechita que, intentando subir peligrosamente por la ladera del lado Norte, termina un poco más de a medio cerro al encontrarse un macizo de rocas. Alguna vez habíamos intentado ese ascenso, en el que claudicamos por no traer ni agua, ni comida: imprescindibles en cualquier excursión por sencilla que parezca. Los cerros y el mar nunca perdonan.

Investigando por nuevas brechas polvorosas para llegar al lado Norte, con el Sol implacable y un montón de  “ygriegas”  en las que había que decidir por cuál tomar; un letrero chueco que había en una de ellas nos indicaba que por un lado se iba al “Paso de la Mesa” y por el otro a “Jesús con la Paz” y al “Circo”, nos hizo de inmediato decidirnos por el primero de ellos.

En “El Paso”, tuvimos la suerte de conocer –al asomarme por la pequeña ventana de una tiendita y llamar con la voz de “quieeeren”, como se acostumbra en las rancherías para decir que se solicita atención a algún descarriado cliente– a una linda muchacha (María del Rosario), quien además de darnos  información de cómo subir a la montaña, se ofreció a ser nuestra guía para el ascenso.

“En una media hora estamos arriba”, nos dijo muy alegre. En la sola travesía entre corrales, cercos de alambre y  espinas de huizache, se nos fue la primera hora sin llegar aún a la montaña.

Una pared de roca hirviente y casi vertical –eran las tres de la tarde– era el siguiente platillo que se presentaba para la excursión. “Se ve difícil, pero si vamos despacito luego luego llegamos”, nos dijo Mary Chayo.

La tentación de conquistar aquel pastel de roca fue mayor a los riesgos que tenían que correr los escaladores, con sus 68 y casi 70 años que tenían que cargar sobre sus espaldas. Y a la voz de “sin parar, sin descansar, un pasito, un pasito tenemos que dar”, roca tras roca ardiente, –“¡Sin voltear abajo!”– otra buena hora más tarde, la pared fue siendo superada no sin tener manos, pies y rodillas medios maltratados.

Cinco enormes cristos nos recibieron al borde de la meseta. Cruces que ponen y reponen; pintan y repintan los peregrinos que van a San Juan de los Lagos en su pasar cerca de este cerro. Los cristos –me causó extrañeza– miran hacia el abismo y a los verdes plantíos de allá abajo; y ninguno parece poner atención a la hermosa, aunque árida, vasta, plana y yerma meseta.

Como es descenso casi vertical se veía aterrador, y a sabiendas que en la montaña la mayoría de los accidentes suceden de bajada, decidimos cruzar la meseta y bajar por el lado Norte que está menos difícil, aunque luego tuviéramos que rodear caminando toda la meseta.

Aunque nunca vimos los fantasmas, los muertos y los aparecidos; ni oímos los aullidos de que nos platicaban, el trayecto fue formidable; tanto por la extraña vegetación característica del desierto, como por las piedras de doble composición cada una.

El viento –que siempre sopla– debo de confesar que no deja de tener un aire de misterio –tan lejano como cercano– que parece enredarse –sin tiempo– entre las espinas de la maleza hirsuta de aquel comal tan caliente, tan alto y tan vistoso.

¡Anótalo!

Toma la carretera federal 15 hacia Zapotlanejo; incórporate a Los Altos y sigue por la carretera a Lagos de Moreno; ahí pon atención, la meseta aparecerá ante tus ojos.

Si has decidido subir a encontrarte con los cristos, prepárate con calzadio cómodo, protector solar, una gorra o sombrero, agua y mucha energía para resistir el ascenso.

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