Conocí las Popochas en los años setenta en el Lago de Chapala, que las arrojaba muertas o moribundas a la orilla, de donde las recogíamos para posteriormente, en un acto que hoy día no sé si era de sadismo puro o de conciencia ecológica, apretarles el vientre con fuerza y liberar centenas de huevos amarillentos que salían expulsados a gran velocidad: los que no acababan en la cara del enemigo (esta es la parte sádica) caían en las orillas del lago y tenían alguna posibilidad de sobrevivir (en eso consistía lo ecológico). La madre que antes boqueaba agonizante dejaba de hacerlo (esta es la parte humanitaria). Lo único simpático de la Popocha es su nombre (algansea popoche) pues en realidad es un pez muy poco agraciado, pequeño, grisáceo, no es comestible, es bastante depredador, ya que su alimento preferido son los huevos de otras especies, pero eso sí, muy nuestro: difícilmente lo encontramos fuera de los lagos y ríos del Occidente de México. Estos insulsos animales nunca habrían sido noticia ni mucho menos foco de atención a no ser por la muerte masiva de éstos en la Laguna de Cajititlán en los últimos días. Es un evento atípico, pues si bien en tiempo de aguas solíamos encontrarlas muertas en las orillas, lo sorprendente es la cantidad: 33.7 toneladas y contando. Pero más allá de la muerte masiva, que en sí mismo llama la atención, el problema real es la politización de las Popochas. Estoy cierto que a nadie le importaría la muerte de estos pobres animales si los políticos no lo vieran como una oportunidad de cobrar facturas y meterlos en medio de la batalla política que libran el Gobierno de Tlajomulco, de MC y del Gobierno del Estado priista. ¿Quién es a fin de cuentas el responsable de la calidad del agua en el lago?; ¿tuvo esto algo que ver con la muerte de los peces?; ¿quién paga por las fotos de portadas de los peces muertos? La laguna de Cajititlán, como todos los cuerpos de agua del Estado, están bajo la responsabilidad del CEA, es cierto, pero también lo es que las plantas de tratamiento de Tlajomulco, como las de todo el Estado, las opera el municipio. Contrario a lo que sucede en otras partes donde las plantas de tratamiento han sido abandonadas por los ayuntamientos que prefieren gastar en cosas más importantes como nóminas, fiestas y compra de camionetas para el presidente municipal (no vayan a pensar que el señor es menos importante que el narco del pueblo), en Tlajomulco los sucesivos gobiernos municipales han sido en general responsables con la operación de sus plantas. El problema es que, efectivamente, el tamaño de las plantas quedó ya muy por debajo de las necesidades de un territorio que se llena de vivienda. El tema del agua ha sido ya el campo de enfrentamiento entre MC y PRI en Tlajomulco, y el riesgo que ahora la guerra sea, como en la infancia, con desechos de Popocha. Lo que está claro es que el problema no se resolverá solo, requiere la concurrencia de los gobiernos municipal y estatal. Lo primero es tener un diagnóstico serio por parte de Semadet; lo segundo es una decisión de ambas partes para resolver el problema y no solo politizar el asunto para decidir quién es el culpable.