Jueves, 20 de Noviembre 2025

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La fealdad avanza metro a metro

Por: Juan Palomar

La fealdad avanza metro a metro

La fealdad avanza metro a metro

Se cuela por todos lados. Las curiosamente llamadas “tiendas de conveniencia” son una buena antología de ella. La fealdad abarca lo que vemos, lo que comemos, lo que olemos, cómo nos comportamos. La fealdad, dicen los clásicos, es lo contrario a la verdad, a la bondad. Y por lo tanto a la justicia. Por eso, la fealdad en las ciudades es un enemigo no por cotidiano menos peligroso y dañino.

No se trata de cosmética ni de tener las calles llenas de rosas o de pintar el grafiti. Es algo mucho más profundo: tiene que ver con el orden (o el desorden) esencial que es la base de todo el organismo urbano. Tiene que ver con lo que llaman gobernanza y con la mera gobernabilidad de la ciudad. Se refiere más a la relación funcional y simbólica de cada habitante con su entorno construido. Subyace bajo una condición de justicia y equidad que está en la base de la convivencia citadina. Es, en primer lugar, esta justicia la que se rompe cuando un sujeto impone arbitrariamente sus designios, y su fealdad, sobre el interés general.

Sin olvidar que el desarreglo de la ciudad tiene profundas causas estructurales, sociales y económicas, cuya solución depende de múltiples factores, es preciso actuar sobre sus consecuencias más deletéreas. La fealdad, lo que ésta representa, es un frente inmediato sobre el que diversas políticas deben incidir frontalmente. Y aterrizar en los “detalles” más evidentes y cotidianos. Enumeremos algunos elementos que contribuyen a esta condición de fealdad urbana. Elementos que van proliferando como la mala yerba, subrepticiamente, tramo a tramo, cuadra por cuadra.

El descuido de las banquetas, en primer lugar. Compeler a los propietarios e inquilinos de cada finca a que las mantengan en buenas condiciones es una obligación del Ayuntamiento. Parejas, barridas, provistas del arbolado adecuado. Libres de coches estacionados y diversas obstrucciones. El tejido de las banquetas citadinas, cuando está en buen estado, proporciona una sólida base de decoro y buena convivencia que permea todo el contexto urbano. Los anuncios de todo tipo: es preciso meter en cintura el actual desorden que roza la anarquía: desde los pegotes en los postes, las calcomanías sobre puertas y ventanas de comercios, y por supuesto, los espectaculares. Simplemente, aplicar los reglamentos vigentes. Atender además el complicado problema del ambulantaje. Inducir a los propietarios de fincas a pintarlas, resanarlas, enderezar sus chipotes, poner en orden sus instalaciones. Cuidar, de a de veras, el arbolado urbano: poner en orden las “podas” de la Comisión Federal de Electricidad, evitar al máximo los derribos y podas injustificados. Plantar mucho más árboles. Cuidar el balizamiento de las calles. Barrer bien las avenidas principales. Conservar la toponimia y evitar los nuevos nombres, impuestos y generalmente desafortunados…

La lista puede ser muy larga. Pero la suma de sus componentes determina la fealdad o la armonía del contexto de la ciudad. Guadalajara puede y debe aspirar a la belleza. No como un accesorio turístico o superficial. Como el resultado de un orden derivado del consenso ciudadano y de la acción efectiva de la autoridad.

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