Usted podrá ser un fiel católico y un venerador contumaz de la imagen de la Virgen de Zapopan por mera tradición familiar o por la costumbre vivida a lo largo de su existencia en uno o los diferentes barrios de Guadalajara, pero si además de ello ha tenido la oportunidad de experimentar un acercamiento especial —por cualquier motivo personal— con la Señora de la Expectación de Zapopan, entonces es un ejemplo más de que la fe no necesariamente es ciega, sino de que debe de ir acompañada de hechos que la conviertan en un “ente” viviente.Porque paralelamente a las cuestiones meramente espirituales —de suyo personalísimas— existen muchas cuestiones más que le dan un gran significado a la Romería que se lleva a cabo año con año desde aquel 1734 cuando fue declarada patrona de Guadalajara contra tempestades, rayos y epidemias (según publicaciones de José Francisco Ramírez), y que el día de hoy retomará buena parte de la ruta inicial de su traslado de la Catedral de Guadalajara a la entonces Villa Zapopana, debido a los trabajos que se vienen realizando en la Avenida Ávila Camacho en la construcción de la Línea 3 del Tren ligero.Así, la imagen de apenas 34 centímetros, elaborada —como sus hermanas amponas—, de pasta de caña de maíz, manos de madera y facciones toscas, era trasladada por fray Miguel de Bolonia, colgada al cuello o bien amarrada en los tientos de la silla de montar del 13 de junio al 4 de octubre para recorrer las iglesias de Guadalajara y luego retornar a su casa.La Señora de la Expectación de Zapopan fue nombrada Generala del Ejército Trigarante desde el 15 de septiembre de 1821, ratificada en su nombramiento militar por el general Blancarte en 1852 y por tercera ocasión en 1894 por el Congreso y el entonces gobernador de Jalisco, Luis del Carmen Curiel.Varios pontífices también participaron en honor de La Generala: en 1919 el Papa Benedicto XV le otorga la coronación pontificia como Reina de Jalisco, y en 1940 Su Santidad Pío XII engalana su sede con la categoría de Basílica, agregada a los privilegios de la de San Juan de Letrán en Roma. Y ni que decir de la histórica visita de Juan Pablo II el 30 de enero de 1979, en que la población mexicana se volcó para estar cerca del ahora Santo Juan Pablo II.Empero, al igual que en la política o en cualquier otra actividad cotidiana, la fe, los sentimientos, los discursos, las promesas, dejan de tener todo significado si quien o quienes las profesan no las llevan a la práctica, porque no son los azotes o penurias que se vivan las que reivindican, sino la congruencia entre el pensar, decir y hacer.