Jueves, 09 de Octubre 2025

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Juan Palomar y Arias: a treinta años de su muerte

Por: Juan Palomar

Juan Palomar y Arias: a treinta años de su muerte

Juan Palomar y Arias: a treinta años de su muerte

Siempre vio por su patria, por su matria. Nadie luchó por Guadalajara como él lo hizo, ininterrumpidamente, desde 1932 hasta 1987: cincuenta y cinco años cumplidos. Nació el 17 de julio de 1894, se murió el 3 de septiembre de 1987. Formó parte de una generación que legó mucho de lo mejor de Guadalajara, eso que las últimas décadas han tratado con tanto éxito de echar a perder. Sus amigos y compañeros de luchas y proyectos: Jorge Matute, Luis Barragán, Elías González Chávez, Efraín González Luna, Pedro Castellanos, Enrique de la Mora y Palomar, José Villagrán, Antonio Gómez Robledo, Ignacio Díaz Morales, Francisco Serrano… y tantos otros. Digámoslo: patricios, todos ellos. Gentes que tomaron sobre sí la responsabilidad de la ciudad, de su justicia y su armonía, de su futuro.

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Hacia 1930, a su regreso de Europa y África del Norte intentó con insistencia adaptar los avances aprendidos en diversas ciudades donde vivió, particularmente de París. Junto con Pedro Castellanos, de 1937 a 1940, trabajó en lo que irónicamente llamaron “El plano loco”: el primer intento moderno por establecer un plano urbano que le diera a Guadalajara sentido y viabilidad ante lo que ya veían venir. A partir de entonces, el ingeniero aportó centenares de sugerencias, grandes o menores. Algunas fueron atendidas, otras no: interperrito, prosiguió con esa práctica toda su vida. Participó en numerosos proyectos y en muchas obras trascendentales para la ciudad.

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Ingeniero, y arquitecto por derecho propio. Desde 1930 hasta 1950 combinó su trabajo por la ciudad con la práctica de la edificación. Con una particular y altamente original expresión, sus obras se inscriben dentro de la Escuela Tapatía de Arquitectura. Tuvo un despacho, en los portales, en sociedad con el arquitecto Agustín Basave y el ingeniero Filiberto López Aranda. De allí surgió el heredero de esa práctica y de ese despacho: su discípulo Miguel Aldana Mijares.

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Posiblemente fue el único maestro que impartió clases, simultáneamente, en la Universidad de Guadalajara, el ITESO, y la UAG. Esto habla de un espíritu ecuménico, conciliador, siempre dentro de principios inflexibles. Sin embargo, fueron legendarios sus fulminantes repetunes, que lo mismo enderezaba contra gobernadores, alcaldes, rectores, colegas o alumnos. Nunca se calló lo que le parecía torcido, tonto, dispendioso, corrupto. O feo. (Luis Barragán solía decir que Juan Palomar tenía el ojo estético más certero de la ciudad).

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El día que el PRI le quitaba una jornada de salario, como era la abyecta costumbre, iba y encaraba al alcalde: “Licenciado, mañana no vengo a trabajar.” “¿Por qué Don Juan?”, era la pregunta obligada. “Porque hoy su partido me robó mi sueldo”, respondía el ingeniero secamente. Y claro que no iba. Participó en la política de heroica oposición, fundó junto con Efraín González Luna el PAN en Jalisco: cuando el PAN era el PAN. Hacían sus campañas (fue candidato a senador, entre otras cosas) yendo a todos los pueblos posibles, con rufianes municipales armados apostados alrededor del mitin. Era, posiblemente, el único funcionario abiertamente opositor, en sus trabajos en el Ayuntamiento y en la Junta de Planeación y Urbanización del Gobierno de Jalisco.

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Fue hombre de dilatadas lecturas, de frecuentes y variados viajes en los que siempre llegaba a los departamentos de planeación de las ciudades que visitaba en busca de experiencias y materiales útiles para la prefiguración de Jalisco. En Planeación del Estado formó una valiosa biblioteca criminalmente dispersada a su muerte. Fotógrafo persistente, legó un acervo que va de 1911 a 1987. Coleccionista de imágenes en grandes cuadernos, con la leyenda que de su mano ponía al principio: “Mostrar no es aprobar”. Francófilo irredento, recibió del Gobierno de Francia las Palmas Académicas. Feroz en la amistad, los afectos y el humor... y las regañadas. Ciclista y ecologista de la primera hora. Férreo y devoto católico. Hijo y desarrollador de la Hacienda de la Cofradía del Rosario, cercana a Zapotlán el Grande, donde dejó obras –como ciertos acueductos– de muy notable concepción y factura. Por muchos años colaboró en EL INFORMADOR, junto a su entrañable amigo Jorge Matute y otros prohombres tapatíos.

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Toda su vida tuvo la costumbre de recorrer minuciosamente la ciudad y sus alrededores, tomando debidas notas y fotos. Cuenta su chofer de los últimos tiempos que le parecía increíble cómo, ni en los andurriales más remotos de la periferia precaria, perdía su orientación y su camino. A los 93 años cumplidos.

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Ahora dos calles tapatías llevan su nombre (una en el municipio de Zapopan, otra en el de Guadalajara: siempre sostuvo que toda la mancha urbana era una sola ciudad). A treinta años de la muerte de Juan Palomar y Arias no mucha gente queda que sepa por qué, o qué hizo ese señor que así se honra.

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Está en curso una biografía, personal y profesional. Sus archivos se mantienen íntegros y a buen recaudo. El libro resultante podrá, a su debido tiempo, ayudar a entender y justipreciar la trayectoria, el genio y la figura de uno de los hombres más ilustres del siglo XX jalisciense. Después de que alguno de sus cientos y cientos de alumnos aprobaba su examen profesional, el sinodal Juan Palomar y Arias solía regalarle un pliego de buen papel con una leyenda en latín. Proviene del Salmo 126. Su traducción es: Si el Señor no custodia la ciudad, en vano vigilan los que la guardan.

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jpalomar@informador.com.mx

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