Jueves, 09 de Octubre 2025

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IMSS: Historias de terror

Por: Alejandro Irigoyen Ponce

Ningún sistema de salud en el mundo —que atienda masivamente a la población—, sale bien librado a la hora de evaluar su calidad. Y más cuando se contrasta con la práctica privada. Tan simple como que el número termina por eclipsar las buenas intenciones y no hay andamiaje de salud pública que resista una demanda que invariablemente rebasa la capacidad de respuesta de médicos y enfermeras. Pero, como sabiamente decían los abuelos, consuelo de muchos es consuelo de… tontos.

En términos de salud, no es necesario darle tantas vueltas, ya que el servicio se recibe en forma eficiente y oportuna o no, independientemente que en algún país africano o de Centroamérica se encuentren experiencias “peores” o bien, en alguna nación europea, “mucho mejores”. Sólo es viable la caracterización de lo que se recibe, de lo que debería ser y de lo que efectivamente es.

El Instituto Mexicano del Seguro Social es muchas cosas. En Jalisco tiene un rostro impactante, el de los números: 10.5 millones de consultas por año, 105 mil cirugías anuales, 2,300 camas de hospital ocupadas permanentemente; 1 millón 100 mil recetas otorgadas por mes, un presupuesto para 2012 de 15 mil 200 millones de pesos, 16 hospitales de segundo nivel, 3 hospitales de tercer nivel, 109 unidades de medicina familiar y 111 farmacias distribuidas en todo el Estado.

Pero también tiene el otro lado de la moneda: el IMSS  (a nivel nacional, junto con Sedena y el Instituto Nacional de Migración), encabeza la lista de dependencias con mayor número de quejas por violaciones a los derechos humanos. Según el Sistema Nacional de Alerta de Violación a los Derechos Humanos, en un corte de los primeros 10 meses del 2011, el IMSS registró mil 473 quejas y la Sedena mil 462, mientras el INM mil 463.

Desde la distancia del análisis frío, presuntuosamente objetivo, se pueden ubicar como las grandes deficiencias del servicio que presta el IMSS la tardanza para poder acceder a una cita médica con algún especialista, el trato inadecuado del personal (médicos, enfermeras y hasta secretarias) hacia los derechohabientes y las fallas para surtir las recetas.

Pero son los testimonios los que refieren verdaderas historias de terror. La tardanza para acceder a una cita adquiere otra dimensión cuando un paciente con cáncer recibe su cita para enero, cuando el tratamiento oportuno es clave para frenar a una enfermedad mortal en la mayoría de los casos. El derechohabiente que en septiembre recibe la noticia de que su cita con el oncólogo es en enero, entiende como un funesto mensaje de la institución que si no tiene dinero para atenderse en clínicas privadas, su vida vale realmente poco.

El trato inadecuado no es más que un eufemismo para englobar la indolencia, pereza y rudeza innecesaria con la que secretarias, enfermeras y hasta médicos hacen sentir al paciente que el servicio que se les presta es un favor que se debe agradecer sin chistar y sin queja por lo tortuoso e ineficiente que resulta todo el proceso. “Pues si no le gusta, búsquele por otro lado”.

Y lo de las recetas sólo se puede concebir en el gran juego de las simulaciones en las que los burócratas se aprovechan de la mansedumbre de quienes aceptan de todo ante la eventualidad de no contar ni con eso. Si no hay en existencia algún medicamento, tendrá que comprarlo o bien  intentarlo de nuevo, pero eso sí, a los tres días expira la receta y entonces se tendrán que perder, nuevamente, varias horas para cumplir con la tramitología que exige la salud burocratizada.

Basta con preguntar a quienes nos rodean su más reciente experiencia. Van dos testimonios: “Medicina interna de la clínica 89 del IMMS da una cita para las 5 y media de la tarde. La paciente llega una media hora antes, pregunta a la secretaria cuántos pacientes faltan para que la atienden. La mujer responde convencida: tres. Pasa un paciente, otro, otro, otro y otro. Ya son las 7. Otra vez a la carga con la secretaria, ¿qué pasa, por qué tanta demora? Es cosa del médico, pregúntele a él. A las 7 y media el médico abre la puerta: ¿cuántos pacientes faltan para que pase el turno de la 5 y media?: Tres, ¿cómo, y todos los que pasaron antes? Es cosa de la secretaria, es cosa del médico. De nadie es la cosa. ¿Quién está a cargo de la clínica, cómo se llama el director? Son las ocho de la noche y el subdirector a cargo no está ese momento. La secretaria ofrece tomar nota de la queja, pero ¿para qué?”.

Y otro: “La espera se hace eterna. Las sillas de plástico son insoportables. También son insoportables los chiquillos que corren, se tiran al piso, comen donas, gritan porque quieren refresco. ¿Silencio hospital?, bien gracias. Señorita, haga callar a esos niños. Responde: Es cosa de los padres, no podemos decir nada, ¿nada? Padres: hagan callar a los niños, molestan. Los padres, un montón, disimulan. Son grupitos de cuatro o cinco, y la plática parece por demás amena. Vida social en el hospital. Ninguno parece enfermo, pero vaya que molestan a los que sí lo están”.

Para poder cambiar lo grande, dicen los enterados, hay que empezar por cambiar lo pequeño, por ejemplo, esas historias de terror en las clínicas y hospitales del IMSS.

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