Viernes, 10 de Octubre 2025

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Homenaje y celebración para un arquitecto naval tapatío

Por: Juan Palomar

Homenaje y celebración para un arquitecto naval tapatío

Homenaje y celebración para un arquitecto naval tapatío

In memoriam Carlos Nafarrate Mexia

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Se llama Georg Oetling Collignon. Cruza con vigor su octava década. Quizá no haya en el estado, ni en la ciudad, ni en muchas partes y costas, un arquitecto naval tan serio y sólido como él. Tampoco, para el caso, un caballero más cabal, respetado y querido por todos que han tenido la fortuna de conocerlo y tratarlo. Ahora atraviesa una honda pena: su amigo desde la infancia, su gran compañero de navegaciones, caminatas y conversaciones innumerables, don Carlos Nafarrate Mexía, otro gran caballero, ha muerto. Puedan estas líneas, a la salud de los inseparables amigos e ingenieros, servir de algún consuelo a don Georg y a los deudos del gran “Chaleco”.

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Georg Oetling y la laguna de Chapala han mantenido una larga y fecunda relación. Desde su primera juventud, en la casa paterna de esa villa, el futuro ingeniero construyó afanosamente su pimera embarcación. Las muchachas de entonces gustaban de pasar a saludarlo mientras trabajaba, a comprobar los avances. Algo tenía que ver con ello la legendaria apostura de Georg, y la gentileza y la refinada educación que con toda modestia ha conservado toda la vida.

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Georg es hijo, nieto y bisnieto de armadores de barcos hamburgueses. También es tataranieto del celebérrimo arquitecto valenciano-mexicano Manuel Tolsa. El mar y la arquitectura corren por sus venas, parejamente a su deseo por enderezar navíos capaces de surcar las aguas. Su sólida formación estadounidense como ingeniero no hizo más que reforzar su vocación marítima, y lacustre.

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Es una absoluta delicia verlo trabajar en los planos de sus embarcaciones. Dibujos exactos, lógicos hasta la obsesión, largamente meditados, bellísimos. De ellos han nacido numerosos y airososo barcos. Particulamente recordable es su gran velero –todo de madera- que responde al magnético nombre de La Ilusión. Simples esquifes, lanchitas, lanchas de motor, veleros variados, yates… Su taller, su particular astillero, llamado “el tejabán”, y ubicado en la chapalteca calle de Vicente Guerrero ha visto pasar cualquier cantidad de ingenios acuáticos por él. Y todos los niños de antes tuvieron a su sombra lecciones invaluables de buena factura, de cordialidad, de tranquila inteligencia.

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La manera de hacer arquitectura naval de Georg adquiere, si un poco se piensa, una alta cualidad de enseñanza para todos quienes intentan hacer arquitectura, a secas. Y hacerla bien: con la economía ascética de recursos y espacios que los barcos exigen, con la limpieza y corrección estructurales que son indispensables, con la obediencia a las leyes del agua y del viento, con la sobria comodidad para sus usuarios, y sobre todo, con la esencial y esplendente belleza que un barco digno de tal nombre tiene, y que se deriva de su esencia, y que también proviene del libre espíritu de quien lo proyecta. (Ahora se ha puesto medio de moda que “starchitects” proyecten veleros o yates: uno de la finada Zaha Hadid es espantoso, otro de Gehry es bonito, por ejemplo.)

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Como buen navegante, Georg Oetling ha enfrentado aguas propicias y días soleados, buenos vientos. Pero también ha sabido ceñir bravamente ante temporales, días negros, aguas agitadas. Por eso, y por todo lo anterior, es un gran maestro de los barcos, de la arquitectura y de la vida. Puedan sus descendientes entender la grandeza de su patriarca, heredar algo de su talento, de su don de gentes, de su gentil y sencilla manera aristocrática. Larga vida al arquitecto naval. Al ingeniero, al arquitecto Georg Oetling Collignon.

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