Martes, 23 de Abril 2024

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Henry de Montherlant (1895-1972)

Por: María Palomar

Henry de Montherlant (1895-1972)

Henry de Montherlant (1895-1972)

Si no se hubiera muerto hace pocos días, seguramente Ernesto de la Peña, gran francófilo y voraz lector, habría recordado con admiración el aniversario luctuoso de Henry de Montherlant, uno de los mayores escritores franceses del siglo XX, pues el 21 de septiembre hará 40 años que causó baja voluntaria de este planeta, a la romana manera.

En un buen artículo*, de los pocos que hasta ahora han marcado el aniversario en la prensa francesa, Jérôme Leroy recuerda que ese autor de docenas de novelas, ensayos, relatos y obras de teatro de gran aliento y factura impecable había escrito que “Lucrecio aporta una concepción metafísica nueva al mundo romano, y la única que conviene a un hombre de razón. Séneca, un arte de vivir a través de la sabiduría, que es también nueva para los romanos. Petronio, un arte de vivir a través del libertinaje gracioso, del que no hay equivalente en la literatura latina. Los tres se suicidaron”.

En un país siempre pendiente de los sucesos de la república de las letras y aficionado a los escándalos literarios (el de esta rentrée lo protagoniza Richard Millet por escribir, muy bien por cierto, cosas “políticamente incorrectas”), estaba cantado, como el propio Montherlant lo previó, que su obra quedara casi relegada al olvido: ¿cómo admitir por los tiempos que corren que valga la pena leer a ese absoluto excéntrico, amante de Roma y las virtudes antiguas, cultivador de una prosa exquisita, ferozmente altanero ante la banalidad contemporánea y recluso por elección, gruñón, hispanófilo y, para mayor inri, aficionado a los toros? Hoy, en nuestro medio, sólo Fernando Vallejo (con muchos asegunes, empezando por los toros) tendría quizá la categoría literaria para haberse construido un personaje que pudiera asemejársele.

Montherlant fue elegido miembro de la Academia Francesa en 1960, sin haberlo pedido. So pretexto de agorafobia, logró que su ingreso se celebrara en una sesión de comisión y no del pleno, y además su discurso de recepción** es una curiosa obra maestra que lo pinta de cuerpo entero: gran estilo, elegancia y reticencia, hiel y pesimismo. El eruditísimo encomio obligado de su predecesor, un tal André Siegfried, profesor de ciencia política, es una delicia de ironía que acaba por aplastar al personaje elogiado: hay que ver lo que Montherlant tiene que decir de la tesis de Siegfried sobre La democracia en Nueva Zelanda...  Su sillón, el 29, fue heredado por Lévi-Strauss, y a partir de 2011 lo ocupa Amine Maalouf.

No toda la obra de Montherlant ha sido traducida al español, y prácticamente no hay nada disponible en librerías (en La Casa del Libro hay una sola de sus obras: Los bestiarios, Alianza, 1981, traducida por el gran poeta Pedro Salinas), y en Gandhi, también nada más una (El caos y la noche, Duomo, 2009). Poco se ha visto también de su teatro en México, aunque se puede recordar que en 2003 Juan José Gurrola puso en escena Pasiphae.

*http://www.valeursactuelles.com/culture/actualités/montherland-loublié20120905.html

**http://www.academie-francaise.fr/node/254

Estaba cantado, como el propio Montherlant previó, que su obra quedara casi relegada al olvido

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