En su blog literario, Pierre Assouline abordaba en días pasados ese pequeño género que es el epígrafe. Según el diccionario de la Real Academia, se trata de “una cita o sentencia que suele ponerse a la cabeza de una obra científica o literaria o de cada uno de sus capítulos o divisiones de otra clase”. Es curioso que ésta sea la segunda acepción que ofrece la Academia, pues la primera es “resumen que suele preceder a cada uno de los capítulos u otras divisiones de una obra...”, lo cual es hoy en día mucho menos frecuente, aunque quizá las sinopsis que los académicos suelen incluir a la cabeza de sus ensayos califiquen como epígrafes en este sentido. El diccionario también da la etimología: “ ἐπιγραφή, inscripción”, dice; pero no explica que eso de “epi” significa arriba, sobre. Los lingüistas lo definen como un “paratexto”.Parece ser que fue a partir del siglo XVI cuando se puso de moda usar epígrafes en verso o en prosa, en la lengua de la obra o en otra. Según Assouline, el epígrafe “es un embajador, una caballería ligera. Marca el tono”. Señala que es a menudo lo que primero se lee, por más que no haya sido escrito por el autor del libro, y que refleja a éste más de lo que cree, “siempre y cuando lo haya elegido con cuidado para sintetizar en él no su pensamiento, sino su estado de ánimo en el momento de la concepción, de la maduración y de la terminación” de su libro. Continúa Assouline: “los mejores epígrafes nos dan ganas de referirnos no al libro que tenemos entre las manos, sino a aquél del cual se sacó la cita. Hay quienes prefieren no poner nada; otros, en un acceso de falta de modestia, se citan a sí mismos; otros, finalmente, buscarán cierta forma de espaldarazo colocándose bajo el patrocinio de un gran ingenio, invocando el homenaje a un clásico admirado. Hay quienes ponen tantos que ya no parecen homenajes, sino redadas”.“La cita puede ponerse entre comillas o en itálicas, pero o una cosa o la otra. A veces la ósmosis es tal que dan ganas de aplaudir tal fusión-adquisición”, escribe Assouline, y dice que un excelente modelo del género es el epígrafe de uno de los capítulos de La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, tanto por la frase elegida (“Todo lo que realmente nos pertenece es el tiempo; incluso el que no tiene nada más, lo posee”) como por su autor: Baltasar Gracián, en El cortesano. “Un epígrafe logrado, es decir bien escogido, gobierna e irradia el libro que anuncia”, concluye Assouline.En internet se pueden encontrar selecciones de epígrafes en distintos idiomas, donde se constata que en el mundo occidental las mayores fuentes de citas usadas con ese fin son la Biblia, los clásicos grecolatinos y los grandes escritores como Cervantes, Dante, Shakespeare, Montaigne o Goethe.