La palabra “basificación” no existe en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, acaso por ser una palabra tan espantosa que implica, al parecer, perpetuar al burócrata en su puesto para siempre. En las cámaras Alta y Baja de la nación los miembros de los partidos afirman que una reforma laboral que simplifique el despido es parte de lo que México necesita para ser un ente moderno. Pero hacen lo que pueden para que esta reforma sólo aplique en los obreros, porque a los compadres, primos, hermanos, secretarias, edecanes, asesores, parientes lejanos, primos, tíos, sobrinos, nonos, choznos, cuñados, concuños y parientes políticos o de sangre que se desempeñan en puestos inmerecidos con procaz incompetencia, los debemos mantener viviendo del erario por los siglos de los siglos. Es decir que México es un país de política nominal, porque lo único que importa es la nómina: encarecer la que paga el pueblo y abaratar la que le paga a los obreros. Aquí lo importante es mantener a las instituciones como los congresos, múltiples institutos y otras entidades barbáricas, burocráticas y anacrónicas para seguir arruinado al país con la conmoción, la ineptitud y la zozobra a cambio de que los parientes del diputado traguen con manteca. Los políticos, valga la redundancia, se dedican a la más repugnante politiquería, inventando fórmulas y más fórmulas de perpetuarse ya no en el poder, sino en la nómina. Así, para poder discutir la reforma laboral deberíamos comenzar por aplicarla en la obesa y grotesca burocracia, porque no debe haber empleados de base que no puedan ser mandados a su casa aunque no se presenten a trabajar mientras al obrero se le condena a ganar una miseria sin prestación alguna, con sindicatos charros y sin derecho a alzar la voz. No puede ser que los cambios de poder y de partido no sean sino “un simple cambio de manos y un reparto de botín entre los amigos, parientes, cómplices y la rémora de parásitos voraces que integran el andamiaje político. ¡Cuántos oprobios se le han hecho sufrir al pueblo para que un grupito de egoístas que no sienten por la patria la menor consideración puedan encontrar en la cosa pública un modus vivendi fácil y cómodo!”. Lo recientemente entrecomillado en el párrafo anterior corresponde a un fragmento de La historia me absolverá, pronunciado por Fidel Castro en el juicio del Moncada, el 16 de octubre de 1953. Me parece terrible que esas palabras apliquen tan bien a la satrapía que hoy nos gobierna. Sí a la reforma laboral, pero que incluya una limpieza absoluta del cuerpo de aviación que mantenemos en la burocracia. Que se hagan exámenes públicos de burócratas y funcionarios y los que no sean aptos sean despedidos. Que podamos ver con claridad en qué se gasta cada peso de nuestros impuestos y quiénes integran las nóminas de las instituciones, comenzando con la cloaca que se hace llamar Congreso de Jalisco, porque ahí sí ya llegaron al colmo de los colmos en el despilfarro, la basificación sin más sustento que el nepotismo y la incompetencia.