Viernes, 26 de Julio 2024

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Entre altavoces

Por: Guillermo Dellamary

Entre altavoces

Entre altavoces

La señora Gómez se encuentra muy enferma en la cama de su casa, tiene más de 70 años y con serias dificultades para dormir. Necesita de paz y silencio. Sin embargo, el ambiente de su colonia está altamente contaminado por ruidos que no deberían de existir.

El que más le molesta es el de una compañía que vende gas a la que se les hace muy fácil anunciar su producto con una grabación que recorre las calles de varias colonias con un volumen que cualquiera puede escuchar a cientos de metros del vehículo.

Por si esa bocina no fuera suficiente, también pasa el que compra chatarra con una grabación que puede alterar los nervios a cualquiera que no tenga interés en vender algo que ya no le sirve.

A lo largo del día aparece el que vende tamales con otra grabación a todo volumen que ofrece sus productos: “Venga a comprar sus ricos tamales de carne con mole rojo, o sus cacahuates cocidos que están bien ricos, están bien tiernitos. Aquí vamos a ir paso a paso dándole tiempo suficiente para que venga a comprar sus ricos tamales de mole rojo”. Y lo repiten y repiten hasta hartar.

No faltan los que venden fruta y verdura con igual de volumen e insistencia. Y todavía, para colmo de la contaminación auditiva, se suma el vecino que tiene el descaro de poner a todo volumen su música preferida.

No sólo a la señora Gómez, sino a mucha gente ya le molesta tanta contaminación. Y qué decir que la inauguración de una tienda, la oficina de ventas de un fraccionamiento o una automotriz: sacan las enormes bocinas a la banqueta y ponen música a todo volumen para llamar la atención a sus posibles clientes.

Estamos rodeados de ruido tóxico, así es difícil conciliar el sueño y vivir con tranquilidad.

Y si a todo lo anterior le agregamos las cortadoras de pasto, motosierras y el intenso tráfico, a veces con escandalosas motocicletas que tienen el descaro de hacer el peor de todos los ruidos. Entre maquinaria pesada, ambulancias y gritos de los vecinos, la señora Gómez no puede descansar en su barrio.

Y la pregunta es evidente. Si se puede regular la contaminación ambiental, en particular la visual, ¿qué no habrá manera de también regular la contaminación auditiva e impedir que los mayores contaminadores conozcan lo que es el respeto?

En cuestión de ruido, si un vecino hace una fiesta y contrata a esos grupos con tremendas bocinas, tendremos una noche de puro fastidio. Y ni quién les diga nada.

Ya estamos hartos de que cada quien haga lo que se le pegue la gana en la vía pública, desde los que se apropian de los cajones de estacionamiento, hasta de los que usan altoparlantes.

Hablamos del malestar de una señora enferma, pero igual es para los hospitales, las escuelas y, en general, el ambiente plácido en el que debemos y deseamos vivir.

Por una mayor tranquilidad, sin tanto ruido.
 

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