Jueves, 28 de Marzo 2024

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El legado de Julio de la Peña que desaparece

Por: Juan Palomar

El legado de Julio de la Peña que desaparece

El legado de Julio de la Peña que desaparece

Fue uno de los arquitectos más significativos del siglo XX en Jalisco. Julio de la Peña proyectó una gran cantidad de edificaciones en la Guadalajara que va de los años 40 a los 90 del pasado siglo. Poseedor de un oficio muy desarrollado y de una notable capacidad para la composición arquitectónica, el arquitecto incursionó en casi todos los géneros.

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Discípulo y aprendiz de Pedro Castellanos, tomó, hacia 1938, su lugar como proyectista en el afamado despacho Castellanos y Martínez Negrete, antes de independizarse y proseguir una prolífica carrera por su cuenta. Como pocos profesionales en su campo, su producción ofrece (¿ofrecía?) un panorama muy amplio, muchas veces brillante, y ciertamente aleccionador de las tendencias arquitectónicas de la última centuria.

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De las centenas de producciones de Julio de la Peña muchas han desaparecido, o han sido deformadas más allá de cualquier límite razonable. Su legado ha resultado sumamente frágil, sujeto al mercantilismo, la especulación, el descuido, la simple tontería. Los ejemplos son múltiples. En el libro-antología, Julio de la Peña, arquitecto, publicado en el año 2000, aparecen 66 obras construidas. De ellas, subsisten en relativo buen estado apenas 15. Han sido totalmente demolidas 16. Y 35 han sido gravemente modificadas. Un desastre para el patrimonio moderno de Jalisco.

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Ocupémonos de dos obras claves en la carrera del arquitecto. Una es la Casa Moragrega de 1944, situada en la esquina Nororiente de Lerdo de Tejada y Marsella. En meses pasados, esta notable obra doméstica funcionalista, resuelta con un interesante partido de jardín central, fue totalmente demolida para dar paso a otro voraz edificio especulativo. Resulta por demás anómalo que, dada la importancia de la obra, se haya otorgado sin más la licencia de demolición. A unos metros hacia el Oriente, una casa funcionalista de menor valía fue, por lo menos, respetada parcialmente para efectuar una dudosa redensificación. Pero, de cualquier manera, algo se salvó como testimonio y como preservación de la escala de la calle. ¿Entonces? ¿Quiénes son responsables de esta pérdida del patrimonio de todos?

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La otra obra, algo también de lo mejor de la producción de Julio de la Peña, es el Edificio Rosales de 1967, ubicado en la esquina Surponiente de Unión y Lerdo de Tejada. La torre habitacional, de muy limpia y correcta factura, sufrió una serie de erróneas alteraciones durante los últimos decenios. Sin embargo, todos estos daños son perfectamente reversibles. Por estos días un enorme letrero sobre su fachada anuncia que se vende el “edificio completo”. Es exigible de las autoridades concernidas, INBA, Secretaría de Cultura y Ayuntamiento, se aseguren que los eventuales compradores restauren y le den un correcto destino a esta obra patrimonial que, por propio derecho, es una edificación artística relevante que la ley debe proteger.

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Guadalajara le debe un mínimo de respeto a Julio de la Peña, autor de la glorieta y fuente de La Minerva, de la Casa de la Cultura y Biblioteca Pública del Estado (quizá su obra maestra), de la lamentadísima Casa Suárez Figueroa –uno de los mejores ejemplares domésticos de los años 50 en todo el país–, del Condominio Guadalajara y tantas otras edificaciones de valía. Toda la obra del arquitecto debe ser inventariada y catalogada y, la que se evalúe pertinente, debe ser preservada y restaurada.

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Julio de la Peña fue maestro de generaciones, gran impulsor de la promoción de la arquitectura, y un extraordinario e irrepetible ser humano. Las actuales generaciones estamos en deuda con él, con su legado. Es hora de mostrar dignidad, de corresponder.

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