Lunes, 19 de Mayo 2025

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El avispero

Por: Antonio Ortuño

El avispero

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El Presidente Peña Nieto acaba de darle un curioso escobazo al avispero cultural, al proponer, en su reciente Tercer Informe de Gobierno, la creación de una Secretaría de Cultura que reemplace al hasta hoy todopoderoso Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta). Más allá de la simpatía o antipatía que despierte en el espectador la figura del mandatario, cuya popularidad sigue en caída libre, la propuesta merece analizarse con detenimiento.

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Para empezar, hace años que se sabe que Conaculta es un parche administrativo muy complicado de administrar. Un documento de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura lo pone en una nuez, al decir que “la acción de los organismos que coordina el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes está regida por un conjunto de nueve leyes, cinco reglamentos, 28 decretos, 21 acuerdos y alrededor de otras 300 disposiciones que contienen referencias sobre el arte o la cultura. A esto se debe añadir que el propio Consejo fue creado por decreto presidencial”. Un caos, como se ve, que desemboca en una institución con una personalidad legal confusa, que agrupa oficinas con una historia y objetivos muy anteriores a los de su “cabeza de sector” y una trayectoria autónoma importante (como Bellas Artes) y que se encargan de operar en materias tan disímiles como la conservación de sitios arqueológicos milenarios (a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia, INAH), la promoción en el extranjero de las obras de los creadores mexicanos consagrados, mediante exposiciones, participaciones en ferias y paneles, etcétera y la emisión y entrega de “estímulos” a los creadores, conocidos como “las becas” del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), que van desde depósitos mensuales en efectivo hasta la “coinversión” estatal en montajes, exposiciones, ediciones...

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Por si fuera poco, Conaculta depende hoy de la Secretaría de Educación Pública, el ente burocrático más colosal del país, lo que convierte todos sus trámites en infinitos y deja su agilidad financiera cerca de lo nulo (recordemos la justificada protesta que una multitud de prestadores de servicios profesionales organizaron contra el Consejo el año pasado, cuando la acumulación de las deudas que se habían contraído con ellos y que no se pagaban por una mezcla de lentitud, desidia y negligencia, se hizo insostenible). En teoría, sustituir al Conaculta por una secretaria de Cultura independiente serviría para darle agilidad administrativa, certeza jurídica y orden en la planeación y ejecución. Claro, hubiera sido deseable que, al ser parte de la SEP, Conaculta hubiera establecido con la secretaría un eje de colaboración para que las acciones educativas y culturales se articularan entre sí. Queda claro que eso solo sucedió de manera esporádica y excepcional, en programas como Salas de Lectura.

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Ahora bien: en el papel suena santo y bueno que la cultura tenga su secretaría propia. ¿Y en la práctica? ¿Se conservará lo bueno que ha tenido Conaculta, que no es poco, y se corregirán sus yerros, también importantes? Eso es lo que tiene a todo mundo con el escepticismo en la boca.

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