Sin querer pecar de optimista, creo que Jalisco vive una coyuntura muy afortunada y privilegiada. Y va más allá de las cifras sobresalientes de empleo, crecimiento económico o producción agropecuaria, aunque quizás esas cifras sean producto de esta misma coyuntura.Históricamente lo que más ha arruinado a nuestro país ha sido la soberbia de la clase gobernante, que suele acompañarse de corrupción, malas administraciones, simulación e impunidad. Pero aquí en Jalisco el pique que tienen el gobernador Jorge Aristóteles y el alcalde de Guadalajara Enrique Alfaro ha provocado que entre ellos se establezca una especie de competencia por demostrar quién es políticamente más correcto, y por tanto caminan “derechitos”, a pesar de los escándalos y mala imagen de algunos colaboradores de ambos o de gente muy cercana.El gobernador, político joven, sin planes en el corto plazo, busca terminar su gestión con una calificación sobresaliente, bien visto a nivel nacional, y sobre todo no caer en el descrédito de sus ex colegas de Veracruz, Chihuahua y Quintana Roo.Alfaro, por su parte, tiene claro su objetivo de llegar a ser gobernador, y por la tanto lo suyo es gobernar haciendo campaña, y obligadamente tiene que andar muy bien portado.Entre ambos se hacen marcaje personal.Uno tiene a su favor el privilegio del poder, y el otro un buen capital político, una importante presencia de diputados de su partido en el Congreso de Jalisco y el liderazgo moral en la Zona Metropolitana.En ese afán por ser mejor que el otro, ambos cuidan de ser rigurosos y transparentes en el manejo de los recursos, en la aplicación de programas sociales y en el manejo de su imagen. Es cierto que hay eventuales desencuentros y algunas fricciones, pero en el fondo subyace este afán de competir “a la buena” que se traduce en beneficios para los tapatíos y para los jaliscienses porque así deberían ser los gobernantes siempre.El gesto reciente del gobernador de “invitar” a un cercano colaborador, el subsecretario de finanzas, a desistir de ser auditor del Estado, habla de este actuar políticamente correcto.Pero nosotros, como ciudadanía, podríamos presionar para ir por más. Aprovechar, por ejemplo, para tener un mucho mejor sistema de impartición de justicia. Tenemos hoy en día un desastroso actuar del Tribunal de Jalisco y la nada honrosa imagen de un Estado donde la ley no se cumple por corrupción e intereses de jueces y magistrados. Con el pique entre Aristóteles y Alfaro, la coyuntura de elección del nuevo presidente del Tribunal podría ser una gran oportunidad para que ambos empujaran a sus respectivos “poderes” para obtener un jurista probo y honrado, ajeno a grupos o intereses particulares.Ése podría ser el camino para que en Jalisco se empezara a aplicar el Estado de derecho.Una buena convocatoria a unirse con juristas, cúpulas empresarios, universidades y organizaciones civiles para buscar la aplicación efectiva de la ley, podría ser ejemplo incluso a nivel nacional, porque el gran problema de México es la impunidad.Ganarían ambos. Y sus proyectos políticos personales, sean cuales fueren, serían forzosamente exitosos.