Viernes, 10 de Octubre 2025

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Dylan entre nosotros

Por: Diego Petersen

Dylan entre nosotros

Dylan entre nosotros

La única vez que vi a Bob Dylan en vivo fue en 1991 y estaba perfectamente borracho. No yo, él. Que yo estuviera borracho no le habría importado a nadie, pero que el tan esperado poeta del rock se presentara en Guadalajara por primera vez y no pudiera articular palabra y arrastrara las letras de sus canciones como trapeador por el patio del Cabañas sí era noticia. Años después, uno de las personas que lo acompañaba en la comitiva me confesó que habían ido al Parian, en Tlaquepaque, y Dylan había ingerido tal cantidad de vodka (lo siento, sé que la historia hubiese gustado más si hubiera puesto tequila —qué trabajo me costaba—, pero el señor tomaba vodka) que lo depositaron en el hotel media hora antes del concierto en calidad de bulto. Con todo, cuando discutíamos el título de la portada del Semanario Paréntesis, el poeta tapatío Ricardo Yañez, director de la publicación, argumentó: “Lo de menos es la calidad del concierto, lo importantes es Dylan entre nosotros”,  y esa fue la portada.

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El premio Nobel de literatura a Dylan ha despertado tal cantidad de comentarios que podríamos decir que en principio la decisión es ya un acierto: el jurado abrió la puerta a una discusión que si bien no es nueva, nunca se había debatido tan acaloradamente. De manera por demás provocadora el diario conservador inglés The Telegraph, dijo que una sociedad que da el Nobel de literatura a Bob Dylan es la misma que es capaz de nominar a Donald Trump como candidato. La comparación resulta odiosa en sí misma, pero hay una parte en la que el fenómeno, el odioso y el glorioso (que cada quién escoja el adjetivo para cada uno) se tocan: ambos son profundamente disruptivos, para bien y para mal.

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Dejando a un lado la provocación de The Telegraph, Dylan representa eso que Néstor García Canclini denominó como hibridaciones, manifestaciones culturales que trastocan las fronteras entre las artes y lo folklórico o popular, entre la cultura de las élites y la cultura de masas. En este sentido, el Nobel otorgado a Dylan no es muy distinto, como fenómeno, que el homenaje a Juan Gabriel en Bellas Artes, o que el Papa Francisco haya aparecido en la portada de la revista de Rolling Stone (llamada así en honor a una canción de Bob Dylan). Ambos confirman que como profetizó el Nobel de literatura que “los tiempos están cambiando”.

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Pero el premio al trovador de Minnesota es también el reconocimiento al rock and roll. Ninguna filosofía del siglo XX tuvo tanta influencia sobre tanta gente como este movimiento musical. Cambió no sólo la forma de ver el mundo para una generación completa, sino que instauró a la juventud como un valor y como una forma de ser y pensar. Y bueno, resulta que Dylan es el principal y más refinado pensador de ese movimiento.

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Quizá la frase que mejor defina la decisión de la Academia es una del propio Dylan: “Aunque las reglas estén hechas para los sabios y los idiotas, yo no tengo nada con lo que vivir de acuerdo”.

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