Viernes, 26 de Julio 2024

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Diario de un espectador

Por: Juan Palomar

Diario de un espectador

Diario de un espectador


La luna, inmensa, queda por largo rato suspendida junto a la aguja del Expiatorio. Entre las hojas del árbol cercano, el espectáculo transfigura la reciente oscuridad. Se demora la luna, y la torre constelada de vitrales brilla con extraño esplendor. La enredadera de las flores amarillas que vive en la pérgola declaró abiertas sus amables hostilidades. Otro tanto hicieron las ya proverbiales primaveras de La Paz, cuyas galas no pueden perderse de vista en esta temporada. Primordiales placeres ciudadanos: salir a la calle y recorrer con calma la ahora agujereada avenida, viendo cómo cambia la luz y el amarillo se vuelve de un oro inefable, con el que se pueden comprar tantas cosas. Por ejemplo estos renglones agradecidos.
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México. MACO: la máxima feria en el país dedicada al arte contemporáneo muestra un divertido, intrigante, fatigoso mosaico de lo que algunos artistas contemporáneos proponen al personal por estos días. Había una medusa gigante hecha de hule de llantas tirada en medio de un charco de aceite. Una misteriosa pieza de Dan Flavin refulgiendo como la puerta de un santuario en medio de tanta banalidad. Las fotografías nocturnas de la casa de Luis Barragán, de Carla Verea y Francisca Rivero-Lake, como un guiño familiar y un redescubrimiento; una pieza burlona de Jill Magid aludiendo a las cómicas pretensiones de apropiación exclusiva del arquitecto mexicano desde una fábrica suiza. Había unas pinturas pequeñas y de excelente factura que parecían de un Rembrandt en ácido, varias obras de Liliana Porter de una frágil, poderosa poesía: una de ellas mostraba un hombre diminuto que paleaba un enorme montón de arena; otra que era él mismo (o cualquier hombre) tratando de romper con un pico la red cuadriculada de una hoja de cuaderno. Por los tapatíos figuraban Jose Dávila, Gonzalo Lebrija, Jorge Méndez-Blake y varios más. Un ancho muro estaba dispuesto con una amplia colección de los dibujos pachecos de JIS, ahora inmerso en las aguerridas huestes de la vanguardia conceptual. Total, como en feria.
En la galería de los kurimanzutto está de verse una vasta instalación de Adrián Villar Rojas que parece llamarse Los teatros de Saturno. Todo el espacio de la galería está como escarbado para traer a la luz la tierra originaria: de ella brotan toda suerte de cosas, como una cosecha de extraños frutos, raras hortalizas cuyo conjunto hace pensar en diversos temas: qué le damos a la tierra, que nos regresa; qué nos da la tierra y qué le devolvemos. O ya de plano, evocar la ineluctable recuperación por el suelo que alguna vez fue nutricio de todas las hechuras humanas, una vez concluido el turno de la especie humana sobre el planeta. Enfrente de kurimanzutto está un simpático lugar que se llama Acme, con fuerte presencia tapatía. Con ingenio, el local fue arreglado para alojar distintas exposiciones. Por alguna razón la compostura incluyó una curiosa fobia a todos los enjarres. Hay una pérgola muy agraciada y debajo de ella se come rico.
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Dylaniana: My back pages. http://www.theguardian.com/music/video/2014/feb/12/bob-dylan-performs-my-back-pages-30th-anniversary-concert-video
La liga anterior, que bien vale la pena seguir, lleva a la celebración de los treinta años del inicio de la carrera de Bob Dylan, en 1992. Un elenco absolutamente estelar acompaña al poeta de Duluth. George Harrison, Eric Clapton, Neil Young, Tom Petty, Roger McGuinn respaldados por la banda de Booker T y los MG forman una de las alineaciones inolvidables de cualquier concierto de rock. La canción es ciertamente emblemática para aquel momento y lo sigue siendo ahora, cuando ya pasa el medio siglo de que comenzó la andadura pública de Robert Allen Zimmerman bajo el apellido que tomó prestado del nombre de uno de sus más admirados poetas: Dylan Thomas. Va un ensayo de muy libre traducción —evitando la repetición del estribillo— de la brillante, enigmática, pacheca letra de la canción en cuestión. Sus palabras, de cualquier modo, dan cuenta del rico y vasto universo poético de Dylan. Y, muy certeramente, del paso del tiempo. Entre la destellante oscuridad de los versos, asoman los signos y señales de un aprendizaje, de una educación sentimental y moral que encuentran cifra en el intraducible título dela composición: My back pages. (Páginas del ayer sería una inexacta, y más bien cursi, aproximación.)
Flamas carmesís atadas a mis oídos/ volando alto temibles trampas/ propulsadas con fuego en caminos de flamas/ usando las ideas como mis mapas/ “Nos encontraremos en los límites pronto” dije/ orgulloso bajo mi ardiente ceño/ Ah pero cuánto más viejo era entonces/ soy más joven que eso ahora// Prejuicio a medias arruinado brincó al frente/ despojado de todo odio grité/ mentiras de que la vida es negra y blanca/ hablé desde mi calavera soñé/ hechos románticos de mosqueteros/ de algún modo hondamente entrañados// Caras de muchachas formaban el camino por venir/ desde los falsos celos/ a la memorización de las políticas/ de la antigua historia/ lanzada por cadáveres de evangelistas/ insólita aunque de algún modo// Una calculada lengua profesoral/ muy seria como para engañar/ proclamaba que la libertad/ era sólo la igualdad en la escuela/ igualdad dije la palabra/ como un voto nupcial// Con el ánimo de un soldado dirigí mi mano/ hacia los perros mestizos que enseñan/ sin temer que me convirtiera en mi enemigo/ en el instante en que predicara/ mi existencia guiada por los barcos de la confusión/ motín desde la popa a la proa// mi guardia se mantuvo firme cuando abstractas amenazas/ demasiado nobles para ignorar/ me engañaron a pensar/ que algo tenía que proteger/ bien y mal defino estos términos/ muy claramente, sin duda de algún modo/ Ah, pero cuánto más viejo era entonces/ soy más joven que eso ahora.
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Concepción de Buenos Aires tiene un nombre más que atinado. Un pueblo nuevo, concebido con impecable designio en un entorno cuya salud y bonanza de aires lo hicieron propicio desde su origen para edificar una comunidad en muchos sentidos ejemplar. En la última parte del siglo XIX un grupo de vecinos de los alrededores, con el padre Román Romo a la cabeza, decidieron fincar lo que siempre es una nueva población: el asiento de una utopía. Una utopía razonable y comedida en este caso, trazada con honrada llaneza, con generosidad en calles, plaza y solares, con sentido común y gracia. De la misma manera fueron dispuestas las casas, cuya hechura tradicional —con ciertas desafortunadas intervenciones— le da al pueblo entero su unidad. El ingeniero Rafael Urzúa, de bronce y sobre un pedestal de la plaza, sigue organizando, plano en mano, las obras. Y obra de él fue en gran parte la consolidación y el buen rumbo que Concepción de Buenos Aires ha seguido por generaciones. En su casa, se reencuentra uno, agradeciblemente, con su ingenio, su sentido del humor, su infalible gracia para componer los espacios. Y una ventana, en el granero, que guarda todo el misterio y la potencia primigenia de la original, milenaria oquedad para dejar pasar el cielo.

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