En La Tierra Pródiga, novela publicada en 1960, Agustín Yáñez continúa el ciclo narrativo con el que intentaba pintar un gran fresco sobre la realidad jalisciense. Utilizó, sin duda, su experiencia como gobernador de Jalisco (1953-1959) y los esfuerzos iniciados por su administración para aprovechar y desarrollar las fabulosas riquezas de la costa del Estado, territorio en donde sucede la magistral obra. Durante el sexenio de Yáñez se creó expresamente un organismo para planear el futuro de los cerca de 300 kilómetros del litoral jalisciense y sus respectivos municipios: del Río Marabasco al Sur, hasta el Río Ameca al Norte, y a la Sierra Madre al Oriente; casi dos millones de hectáreas. Se llamaba Comisión de Planeación de la Costa de Jalisco y su formación fue decretada en 1956. Sobra decir que la riqueza ecológica y paisajística —sin hablar del potencial económico— de esta geografía difícilmente tiene parangón en el país, y aún en muchos otros lados. Al promediar el siglo pasado, la costa de Jalisco estaba mínimamente comunicada y había vastas zonas a las que solamente a caballo o a lomo de mula se podía acceder. Una gran región permanecía virtualmente despoblada. (A pesar de que alguna vez, la zona tuvo una rica vida económica arruinada por la Revolución: dice Yáñez: “Hubo una vez que la costa de Jalisco (…) llegara a satisfacer las exigencias de una vida jocunda y abundosa.”.) Fue entonces cuando Yáñez y su equipo —coordinado por José Rogelio Álvarez— se dieron a la tarea de emprender un riguroso estudio, que incluía ambiciosos proyectos urbano-arquitectónicos, bajo la dirección del arquitecto Teodoro González de León. Todo esto está ya sepultado casi completamente por la desmemoria, la incuria y los desdichados vaivenes políticos. Un hallazgo en una librería de viejo del Centro de la ciudad resume y revela la calidad del esfuerzo entonces emprendido. Se llama, simplemente CPCJ. Es una edición modesta y digna, publicada en 1958 y diseñada por el propio González de León con todo cuidado, que incluye la composición gráfica de cada página siguiendo los principios del Modulor de su maestro Le Corbusier. Fotografías, planos y dibujos (algunos, extraordinarios, de la mano de TGL) son de primer orden. El ejemplar lleva el sello de la biblioteca del IJAH/INAH (número 270). Es así de elocuente el esmero con el que estas instituciones mantienen (?) sus acervos. En un texto con el que Agustín Yáñez abre el volumen y que intituló significativamente “Multiplicación de Jalisco”, el gobernante y gran escritor, siguiendo su espléndida vena lírica, afirma: “Novedad significativa aconteció cuando las terracerías de un camino de primer orden tocaron, por vez primera en la historia de Jalisco, el litoral del océano: playas de suave pendiente, regular y rítmico oleaje, arena firme y fina, altérnanse con elevaciones montosas; acantilados resueltos en rocas multicolores crean un capricho de formas marinas incomparables; lagunas, arroyos y esteros forman barras al desembocar y extienden sus aguas en limpios y amenos estanques; los promontorios se precipitan al mar y después afloran en crestones que la erosión secular ha modelado: meandros que forman seno cuando entra el mar a tierra entre montañas; vegetación lujuriosa; fauna estridente, inaprensible; calor y Sol; violencia de color y luz en paisaje majestuoso.” Aún al día de hoy la región es brava, compleja política y socialmente, mal comunicada a pesar de la carretera que hizo Yáñez. Por años se han hecho esfuerzos infructuosos por contar con un aeropuerto y un puerto intermedio entre los de Manzanillo y Puerto Vallarta. Es cierto, la región es verdaderamente prodigiosa. Y habría que decirlo ¿Cuántos de esos prodigios se han preservado gracias a su relativa inaccesibilidad? Una nueva generación de “destinos” turísticos de mar —ecológica y paisajísticamente sustentables— podría ser mucho más benéfica que los deletéreos y elefantiásicos desarrollos del pasado reciente que afortunadamente allí no sucedieron. En todo caso, la costa de Jalisco sigue siendo una promesa importantísima para el Estado. El retraso de su desarrollo y su consecuente e involuntaria conservación deben traducirse, de cara al futuro, en un desarrollo responsable y extremadamente cuidadoso.