Dicen los de fuera que los tapatíos somos tan a todo dar porque siempre andamos en la onda zen, pero con ese, por aquello de las palabras terminadas en -sen, una forma de imperativo que usaban las abuelas y que producían frases como: “Ya váyansen que les agarra l’agua”; “véngansen temprano que me da mortificación”; “tráigansen unos refrescos, luego regresamos los cascos”; “compórtensen, muchachos (bien o mal, pero compórtensen)” y, por supuesto, la más común: “Si van a andar de vagos en la calle, cuídensen”. La recomendación de las autoridades, estatales y municipales se parece en mucho a la de los abuelos. Ante la ola de robos y asaltos en la calle, la recomendación, petición, a los ciudadanos, es cuídense. La petición tiene lógica, pues es más fácil que un ciudadano evite una situación de riesgo a que un policía impida un acto violento, pero la única que no puede decir “cuídensen” es la autoridad (hay que dejar claro que el alcalde Ramiro Hernández nunca dijo “no hablen por teléfono en la calle”, como circuló ayer; lo que dijo, dijo, al igual que el jefe de policía de Tlajomulco, es que hay que tener más precauciones y cuidarse más). El Estado tiene la obligación de garantizar la seguridad y proteger el espacio público. En el contrato social, que acepamos tácitamente al vivir en una sociedad con leyes, los ciudadanos renunciamos a la autodefensa y ponemos nuestra seguridad en manos del Estado. Todos sabemos de antemano que es imposible que ningún gobierno, del color que sea, en el país que sea, puede garantizarnos que no seremos víctimas de un delito, pero su chamba es prevenirlos en la medida posible y garantizar que el espacio público es para todos. No es cierto que las comparaciones sean odiosas; lo que es realmente odioso es el resultado de las comparaciones. Cuando en Colombia la inseguridad tenía a los ciudadanos acongojados, hubo un alcalde en Bogotá, Antanas Mokus, que prohibió los guaruras, él mismo renunció a ellos, y salía a la calle a caminar con una diana (los circulitos del tiro al blanco) pintada en el corazón. Cuando las motos se convirtieron en el azote de los ciudadanos en Colombia, pues no sólo robaban sino que ejecutaban desde las motocicletas, los colombianos establecieron que todos los motociclistas deberían portar un chaleco ligero con la placa del vehículo de manera que fueran perfectamente identificables, por citar sólo dos ejemplos de que sí hay cosas que se pueden hacer. El Estado debe ser más fuerte que cualquier grupo que lo desafíe y, para serlo, lo primero que tiene que hacer es parecerlo. El discurso que esperamos de los gobernantes es: salgamos a la calle, que la calle es nuestra, y haremos lo que tengamos que hacer para garantizar la seguridad de los ciudadanos. Las respuestas deben ser para adelante y con políticas públicas que fortalezcan a la autoridad y erradiquen el miedo. De las abuelas esperamos que nos digan “cuídensen” e incluso que nos den la bendición; del Gobierno lo que esperamos es que diga: “Que se cuiden los ladrones, porque vamos por ellos”. Todos sabemos que es imposible que ningún gobierno puede garantizarnos que no seremos víctimas de un delito, pero su chamba es prevenirlos. El Estado debe ser más fuerte que cualquier grupo que lo desafíe y, para serlo, lo primero que tiene que hacer es parecerlo.