Viernes, 26 de Julio 2024

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Contra las imposturas

Por: Guadalupe Morfín

Comencé a leer a Federico Campbell cuando publicaba en Proceso y en La Jornada Semanal su columna “Máscara negra”. Allí, y en los ensayos del historiador y analista social Fernando M. González, entré en contacto con la obra de Leonardo Sciascia. Este escritor siciliano fue, como el propio Campbell, un gran desentrañador de las imposturas del poder. Campbell fue su amigo, lo tradujo y lo dio a conocer en México en un magnífico ensayo, La memoria de Sciascia (FCE), que subraya la sicilianización de la realidad latinoamericana, dominada por las mafias. Quienes desde hace más de 15 años impulsamos un procedimiento penal acusatorio, no inquisitivo, en México, debemos estarles agradecidos, pues las obras de Sciascia sobre pena de muerte, tortura y violaciones al debido proceso, y las de Federico Campbell, han divulgado las atrocidades cometidas por ministerios públicos o jueces cuando no están sometidos a controles constitucionales.

Federico y yo nos hicimos cuates durante mis estudios de maestría en Literaturas del Siglo XX, hacia 1994, sin mucho preámbulo. Dulce María Zúñiga enseñaba literatura italiana, y uno de sus autores favoritos era Sciascia. Llamé un día a Federico y me citó en su casa de la calle Estocolmo, en la Zona Rosa de la Ciudad de México; timbré y salió al balcón con sus chinitos canosos estilando agua, pues se acababa de bañar, a gritarme que lo esperara en el café a la vuelta, por la calle Hamburgo. Así inició una larga conversación seguida hasta el año pasado en correos y redes sociales (vivía ya en La Condesa y presumía las jacarandas de su colonia; yo lo leía en su columna “La hora del lobo” que la revista semanal de Milenio cobijaba). Conocí su biblioteca, sus fotos con sus grandes amigos sicilianos, y platicábamos en cafés o en pasillos de aeropuertos, donde me recomendaba leer alguna nueva obra sobre la mafia, y también en la FIL en Guadalajara, algunas veces acompañado por Carmen Gaytán, su esposa, a quien yo conocía desde que vivía en Guadalajara. Me regaló libros y documentos, y su ayuda fue decisiva para mi tesis dedicada a una obra de Sciascia: El día de la lechuza.

Durante una FIL, Rafael Landerreche oyó cuando Federico me preguntaba si lo podía llevar a Sayula a entrevistar al cronista del lugar, su tocayo Federico Munguía, amigos ambos de Juan Rulfo, y allá fuimos los tres, pues Rafael se apuntó a la jornada literaria, y luego paramos en Ciudad Guzmán, con mi hermano Carlos, entonces maestro de novicios de la Compañía de Jesús, quien nos invitó a comer en un restaurante donde no tardó en presentarse un mariachi y aquello fue literario, musical y de lo más divertido.

Ahora la estrella de Federico se une a la de Sciascia para iluminarnos y seguir desenterrando lo que debe brotar a la luz, en Sicilia y en México.

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