Por: Franceso Milella“Pensé que algún día iba a llegar alguien capaz de manifestar la más alta expresión de nuestros tiempos, alguien que nos podía regalar la perfección magistral no a través de una lenta y gradual evolución del propio genio musical, sino de repente... Y llegó un joven. Se llama Johannes Brahms, de Hamburgo, donde escribía música en el silencio más total pero sin lugar a duda protegido por las Gracias y los Héroes”. Nunca se imaginó Schumann, escribiendo su famoso y último artículo “Nuevas vías” en 1853 para la Neue Zeitschrift für Musik, una de las referencias editoriales de la época en temas musicales, que con ese joven hamburgués que apenas estaba empezando a entrar en la monumental arena musical alemana en unos años entablaría una breve pero entrañable amistad. La respuesta de Brahms fue clara y llena de admiración y gratitud: “Honrado Maestro, usted me ha regalado una felicidad tan grande que no logro agradecerle con simples palabras. Dios quiera que con mis obras yo pueda demostrarle cuánto su cariño y su bondad me han ayudado y animado”. El joven compositor y el “honrado maestro” ya no se separaron: pasaban tardes juntos, indudablemente enriquecedoras para la joven y fértil mente de Brahms y animadoras para Schumann, ya enfermo y próximo a la muerte. Esta feliz amistad duró poco más de tres años: la mañana del 29 de julio 1856 Robert Schumann cerró los ojos por la última vez en un triste y lúgubre cuarto del manicomio de Endenich, acompañado por la esposa Clara Schumann y el joven amigo Johannes Brahms. Así se cerró una tierna amistad. Sin embargo, la profunda cercanía espiritual no cubrió las evidentes diferencias que los distinguían, desde el origen de cada uno de ellos y las distintas aventuras existenciales, hasta la expresión musical. Schumann fue y sigue representando un romanticismo heredero de las turbulentas pero brillantes aventuras filosóficas del ‘Sturm und Drang’, cercano a los impulsos de Goethe y Heine de los cuales llegó incluso a musicar versos. Su vida musical estuvo caracterizada por una fascinante y trágica tensión al infinito que en la partitura se tradujo en lenguaje irregular, vivo y humano. Brahms, al contrario, asimila y supera el primer romanticismo filtrándolo a través de una relación con la música más inquieta pero menos impulsiva, que se distinguió por una continua tensión entre la inspiración interior y la búsqueda de una perfección formal. En fin, “dos romanticismos”: dos caras, dos momentos de la misma época histórica. Pero sobre todo dos formas diferentes de vivirla. La Sinfonía en mi bemol mayor op. 97 “Renana” de Schumann (1850) y el Concierto en re mayor para violín op. 77 de Brahms (1878) son dos maravillosos y poderosos testigos de este relevo generacional e histórico - musical. Por un lado tenemos una sinfonía de sabor casi bucólico, viva, llena de temas amplios, alegres. Es una de las páginas más “felices” de la literatura musical de Schumann, gracias también a una serie de amenas coincidencias existenciales: su lenguaje humano y vivo encuentra una forma más solar y, musicalmente hablando, clásica. Por el otro lado tenemos un imponente concierto para violín cuyo lenguaje se mueve en una continua tensión entre la discursividad y el lirismo del primer movimiento, la inquietud y la pasión del segundo, y la energía casi primitiva del tercero. A este fascinante e imperdible diálogo nos invitan Marco Parisotto y el violinista Philippe Quint junto a la Filarmónica de Jalisco este viernes y el próximo domingo en el Teatro Degollado: un diálogo entre amigos, entre genios, entre romanticismos.VIDEOSSinfonía Renana de Schumann. Director Leonard Bernstein, Wiener PhilarmonikerConcierto para violín de Brahms. Director Otto Klemperer, violinists David Oistrakh, Orchestre National de la Radiodiffusion Française