Este ha sido el año de mi hermano Andrés: hace un mes, la Facultad de Arquitectura de la Universidad Anáhuac le otorgó la medalla Antonio Attollini 2016 y, ahora, el Estado de Jalisco, a través de la doctora Myriam Vachez Plagnol, secretaria de Cultura, de manos del gobernador Aristóteles Sandoval, le entregaron el Premio Jalisco Cultura 2016, tal como lo hacen cada año por estas fechas, enalteciendo «a ocho ciudadanos que han destacado en los ámbitos humanístico, literario, cultural, laboral, cívico, deportivo, científico y ambiental y cuyas acciones, actos, obras o proyectos han sido en beneficio de Jalisco y del país.»Desde mi propia perspectiva, es decir, como hermano siete años menor, como podrán imaginarse siempre lo admiré, traté de seguir sus pasos y en la adolescencia, fue una especie de padre sustituto que me recibía los veranos donde viviera donde lo veía anclado a su restirador compartiendo amigos de primera.Por eso, ahora comparto el gusto que esto significa para Andrés, y confirmar la calidad de su oficio porque vivimos, desde 1988, en una casa diseñada por él en Tlalpan en donde, efectivamente, como dice en esas Charlas entre amigos, desde entonces, Catalina y yo «vivimos muy felices».El genio de Andrés se basa en su sencillez y en una vida que ha disfrutado desde el cristal de su estética personal y magnífica, apegado a unos valores primarios como la belleza, la proporción y el color, que aplica en sus obras en donde ha logrado integrar lo externo y natural con lo íntimo y espiritual, clave de su oficio, que logra invitarnos a habitar esos espacios y desear estar ahí todo el tiempo, en obras acordes con la escala humana, que es tan amable que se transforma en un verdadero placer.Andrés ha sido afortunado como pocos: nunca tuvo que cuestionar su oficio y desde siempre, lo único que le gustaba hacer era eso que hacen los arquitectos y como escribió Juan Palomar un día de esos, preguntándose «¿qué queda después de recorrer la obra de Andrés Casillas? Queda el reflejo de las ramas de un amate sobre la tersa superficie de un estanque oscuro, una estancia de vastas y, extrañamente, de íntimas proporciones, que parece aguardar la precisa hora del tequila y los amigos; ciertas fachadas que se recortan contra el cielo y que parecen decir algo que hemos olvidado.»Hace un par de años Andrés dio una charla en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes invitado por Dolores Martínez del INBA Arquitectura, cuando nos hizo reír con varios de sus comentarios y autocríticas como por ejemplo, cuando describe esa torre que hizo para cubrir los tinacos en una casa en Cuernavaca, torres que tienen unos remates que desde hacía años empezó a diseñar. Algunas cubren las reservas de agua, como esta que describe: «Ahí sí resultó ser el barroco total —dijo Andrés en esa Charla que hemos editado para aulabierta.org y ahora para atelieribarra.com—, siento que se me fue de las manos el control de esas ‘madrolas’… pero la escalera es bonita y sirve…, sobre todo si tienes un seguro de vida como para atreverte a subir al tinaco, entonces, cuando se te chafié el tinaco, primero, te confiesas y luego, aunque sea a gatas o de nalgas, te vas por la escalera pero llegas al tinaco, lo arreglas y listo…»La obra más reciente está en Melbourne, Australia. Se trata de la casa del doctor Andrew Greensmith que ejemplifica, entre otras cosas, cómo ha ido transformando su arquitectura, para seguir disfrutando de la luz y la sombra, en una evolución que, sin duda, resultan ser ‘contemporáneas’, en el mejor de los sentidos y que nos dice algo que, a lo mejor, hemos olvidado.