Sábado, 01 de Noviembre 2025
Ideas |

Activismo automotriz

Por: Paty Blue

Ya sumo por decenas las coyunturas electorales en las que me he visto inmiscuida, pero creo que es la primera vez que, a escasos días de la elección, me sigo debatiendo entre caras y colores, para decidirme a quién hacerle efectivo mi sufragio. Y encima, la inmisericorde andanada propagandística que no me ayuda y más bien, me incita a desviar la mirada en la calle, botar el periódico, apagar el radio o cambiar de canal televisivo, para no acabar aborreciendo las bondades que tanto aprecio en los medios de comunicación.

Por lo pronto,  sólo tengo la certeza de quiénes, ni aunque anduviera yo agobiada por los humos del alcohol en pleno uno de julio, se verían favorecidos con mi voto y eso, a estas alturas, ya lo considero una ganancia. Pero lo cierto es que he venido navegando en un mar de indefinición política, semejante a la que experimentaba en la adolescencia, cuando repasaba por horas mi no muy vasto vestuario y no decidía qué ponerme para la fiesta. Ora sí que, como decía la pueblerina que me redimía de la planchadera, cuando le daba flojera siquiera pensar en sus pendientes, “como que traigo desidia y no me hallo”.

Empero, algo me picó y me está sacando roncha, o ya me contagié con la efervescencia de nuestras juventudes manifestantes porque, indecisa y todo, de pronto me entró una suerte de furor medio senil por pronunciarme yo también, en cuanto a mis preferencias y renuencias políticas, aunque sea como pacífica y comodina activista automotriz.

De manera que, con la única certeza electoral que traigo medio hilvanada, me apliqué a descubrir en mis trayectos urbanos a quienes podrían satisfacerla mediante una pegatina que me proyectara como adepta. Con tan buena suerte que, a partir de que me lo propuse, no tardé ni un cuarto de hora en caer en un crucero en el que una parvada de bullangueros jovencillos ofrecieron decorarme el vidrio posterior de mi auto.

“Buenos días, señora, ¿nos permite colocarle una calcomanía en el trasero?”, me inquirió un sonriente veinteañero, de ojos pizpiretos y dentadura perfecta, a quien mi cara de estupefacción por la pregunta no desanimó, ni le hizo reconsiderar la temeridad de sus lances verbales. Y bueno, he de confesar que la fresca propuesta me tentó, pero el buen juicio se me instaló a tiempo para no cometer semejante descabello, y menos en plena vía pública. Pero era tanto el entusiasmo del muchacho, que accedí a consultar su catálogo de opciones para pegarme en la trastienda: a ver, ¿de cuáles traes?, le pregunté con genuina curiosidad, para ver si sus existencias empataban con mis súbitas preferencias.

Entonces sí, el pobre se sacó de onda y se limitó a mostrarme lo que traía entre manos y que, para su mala suerte y mi desencanto, correspondía justamente a los colores aborrecidos desde que tengo uso de razón. Le agradecí el gesto y ponderé su valiente compromiso de chambear y asolearse por lo que cree (o por lo que le pagaron) y recuperando la dignidad de un trasero intocado, llegué a casa, justo en el momento en que los prosélitos de mi única decisión tomada hacían su labor recorriendo calles. Y, ahora sí, ando muy feliz de activista automotriz.
 

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