Cualquiera, en circunstancias normales, se daría por bien servido… Empezar la eliminatoria mundialista con una victoria amplia, en casa, es estimulante. De entrada, en el caso de México, se trata —por más que se le tenga miedo al vocablo— de una obligación. Adicionalmente, se trata de un resultado que contribuye, de alguna manera, a ahuyentar los fantasmas que surgieron en la eliminatoria previa al Mundial de Brasil-14, cuando se volvió práctica común que casi todos los rivales, en mayor o menor grado, le faltaran al respeto al “Tri”. Sin embargo…* Sin embargo, hay que subrayar que las del partido de anoche en el Estadio Azteca no fueron circunstancias normales; que, con las dificultades que tuvieron los salvadoreños para integrar su Selección Nacional para este compromiso, fue muy poco lo que pudieron hacer para confeccionar y preparar un cuadro que realmente complicara la victoria mexicana. Baste recordar, para acentuar la diferencia de capacidades, que mientras los mexicanos anotaron tres goles, les invalidaron injustamente uno más (del “Chicharito” Hernández) y desperdiciaron por lo menos cuatro claras oportunidades de dar a su victoria dimensiones aplastantes, los catrachos sólo inquietaron dos veces a Muñoz, el arquero mexicano, en toda la noche: cuando tuvo que salir del área a despejar un mal pase atrasado de Layún, en el primer tiempo, y cuando vigiló un tiro de Alas, desde 25 metros, que se fue sobre la portería, en el segundo. Ofensivamente, pues, El Salvador no sólo no fue rival: ni siquiera estuvo en la cancha.* Así pues, en el que muy probablemente haya sido, históricamente, uno de los cotejos más cómodos para el “Tri”, vale encomiar la disposición que el técnico debutante, Juan Carlos Osorio, transmitió a los jugadores desde el diseño mismo de la alineación… Se trataba de tomar la iniciativa; de adueñarse de cancha y pelota; de ahogar a los salvadoreños; de ponerlos —valga la analogía con el boxeo— de espaldas contra las cuerdas desde la primera campanada del combate. Por cuanto se ganó y por cuanto el marcador no dejó dudas, podrá decirse que se hizo la tarea. Empero, volvieron a quedar algunas asignaturas pendientes; concretamente, la escasa creatividad y la raquítica contundencia, desproporcionadamente inferior a las situaciones propicias que se tuvieron. Al final de cuentas, nada imputable a Osorio porque se trata de las dos grandes —y atávicas, por lo visto— carencias del futbol mexicano.