Para decirlo pronto: ¡nunca, pero nunca, el futbol mexicano había llegado tan alto! * Falta, todavía, lo que pueda suceder en la Final, ante Brasil, el sábado: un duelo, por cierto, con respecto al cual tan necio sería darlo por ganado como darlo por perdido, tomando en consideración que “los enanos han crecido”, y que “el eterno adolescente del futbol mundial” —como etiquetó al de México, hace medio siglo, Rafael García, a la sazón jefe de deportes de la agencia AFP— ha madurado de manera significativa. Al margen de lo que suceda el sábado, es un hecho que el oro o la plata en los Juegos Olímpicos de Londres, será el mayor logro que el futbol mexicano haya conseguido en toda su historia: un logro mucho mayor que la Copa Oro, la Copa Confederaciones o el Mundial Sub-17 que conquistó la generación de los Vela, Gio y anexas. * Ya habrá tiempo de ponderar las perspectivas del “Tri” para la Final en puerta... Por lo pronto, la borrachera derivada del triunfo, ayer, sobre la misma Selección japonesa que dio la campanada al dejar en el camino a España —la gran favorita para este certamen, por los recientes logros del Barcelona y de la propia Selección ibérica—, se justifica en la medida en que el 3-1 de ayer fue justo, nítido e inapelable. Justo, porque reflejó con fidelidad la diferencia en el nivel futbolístico que mostraron las dos escuadras; nítido, porque esta vez no se dependió de la actuación sobresaliente del arquero —Chuy Corona—, que tuvo que erigirse en héroe para evitar la derrota del seleccionado mexicano en por lo menos dos de los partidos anteriores de este certamen; inapelable, porque no quedó ninguna duda acerca de la legitimidad del triunfo mexicano. El triunfo no fue dádiva del azar, ni consecuencia del infortunio de los nipones. Ganó el mejor. Punto. * De hecho, aunque la victoria sobre Corea del Sur que dio a Brasil el boleto para la Final fue numéricamente más amplia (3-0), el desempeño del equipo mexicano fue, esta vez, más convincente que el de los amazónicos. Lo de menos fue que México no tuviera luminarias como Neymar, Pato y anexas... O, mejor dicho, ese fue su mayor mérito: que su funcionamiento, en la cancha, fuera la mejor respuesta posible a la pregunta de por qué el Futbol se apellida Asociación.