Valió la pena la desmañanada… Aunque el Mundial de Clubes, en rigor, no es tal, porque el sistema de competencia limita sobremanera la designación de los equipos participantes, el torneo ha adquirido jerarquía, prestigio. Y, en el último acto, siempre queda la sensación de que la Final enfrenta, si no a los dos mejores, sí, sin duda, a dos de los mejores equipos del mundo.*Fue el caso. El Barcelona-River Plate de ayer en Yokohama, ante un selecto contingente de más de 70 mil personas, dueñas de la envidia de cientos de millones de aficionados dispersos por el reino del futbol en que nunca se oculta el sol, fue una fiesta. Por una parte, fue un concierto de futbol, a cargo de un equipo de época; de un Barcelona que aventaja ampliamente a todos los grandes que en el mundo han sido —desde el mítico Honved de Hungría al Bayern Munich que actualmente le disputa los máximos diplomas, pasando por el Santos (“Pelé y su Corte”, lo bautizó Gentil Cardozo), el Ajax de Cruyff o el Milan de Van Basten—, por dos motivos: uno, porque los medios de comunicación actuales posibilitan ver, en vivo y en directo, partidos de los que antaño sólo se podían leer las reseñas en los periódicos del día siguiente; otro, por sus títulos. El Barsa lo ha ganado todo.*Que el River Plate terminara vencido con claridad en la cancha y amplitud en el marcador, no demerita su desempeño. Es cierto que Bravo, el arquero chileno del Barcelona, sólo tuvo dos intervenciones apuradas en todo el partido; es cierto que los pupilos de Luis Enrique tiraron por la borda por lo menos tres nítidas situaciones propicias en los primeros minutos del segundo tiempo; es cierto que el marcador pudo y debió ser más holgado a favor de los catalanes… Sin embargo, el River supo ser un rival incómodo, complicado; más sin la pelota, por la proclividad a la rudeza de sus jugadores, que con la pelota, porque en su plantel actual hay más músculo que cerebro. Un equipo, al final de cuentas, que honró su historial por el hecho mismo de ser —con los ya apuntados “asegunes”— digno protagonista de la Final del Mundial de Clubes, cuando en el alma de sus seguidores aún no cicatrizan las heridas de su reciente descenso a la Segunda División.