Por más imaginación que le echen al asunto los merolicos, los ocho partidos de la “Liguilla” que hasta ahora se han disputado, han tenido detalles que los han salvado de la quema… pero el balance, en términos generales, es decepcionante.*Detalles, decíamos… Por ejemplo, el gol de Gignac con que se abrió el marcador en el primer partido entre Tigres y Jaguares. Al margen de la duda de si en el lance hubo fuera de juego —una duda que sólo podría despejarse con elementos tecnológicos que el futbol aún no incorpora al efecto de reducir el margen de imperfección que aún hay en muchas decisiones arbitrales—, el gesto técnico del francés, al ejecutar la media chilena que puso el balón en el ángulo, fue, por sí mismo, espectacular. En la duda, mejor que el gol se hubiera convalidado. Invalidarlo —hubiera dicho Don Arturo Yamasaki, que en gloria esté— habría sido “una ofensa para el futbol”.*Otro ejemplo, en ese mismo partido, el gol de Damián —“globito” cruzado al ángulo izquierdo— con que se escribió la historia. O el trazo que precedió al gol con que Gignac sentenció la victoria de los “Tigres”, el sábado, en la cancha de los Jaguares… O el golazo de Benedetto, que hubiera sido “el de la honrilla” —dirían los cronistas antiguos— en el partido del sábado en León, si no hubiera sido, de hecho, la cruz sobre la lápida de las ilusiones que en un momento alimentaron los seguidores de los “Panzas Verdes” (¡y, sobre todo, los detractores del América, que son muchísimos más…!), de que pudiera revertirse el 4-1 con que se escribió el triunfo de los capitalinos en el partido de ida, en el Azteca.*De los otros dos encuentros, pasan a la historia los resultados. Nada más… Resultados, dicho sea de paso, de alguna manera previsibles, considerando que normalmente el uno (los Pumas) debe imponerse al ocho (Veracruz), y el dos (Toluca) debe hacer otro tanto con el siete (Puebla). Los “colados” a la fiesta ya están fuera de combate; los favoritos, en la antesala de la Final. Lo que queda por delante, descartada la posibilidad de una sorpresa, es el buen deseo de que en las dos etapas decisivas del certamen haya algún elemento que rompa la relativa monotonía —rayana, a ratos, en el bostezo— que hasta ahora va siendo la constante.