Abdelhamid Abaaoud ya está muerto. El terrorismo no... Durante cinco días, contados a partir del viernes pasado, Abaaoud fue, a nivel mundial, el Enemigo Público Número 1. Lo que antes fue Osama Bin Laden. Lo que antes fue Sadam Hussein. Lo que antes fueron Hitler, Atila... y así sucesivamente, hasta llegar a Caín.-II-Abaaoud había sido identificado por la Policía y por las fuerzas especiales antiterroristas francesas como el autor intelectual de los atentados del viernes pasado en París, calificados como los más graves ocurridos en Europa, en función de las cifras: 129 muertos, 221 heridos que hasta ayer continuaban hospitalizados, un número indeterminado de lesionados leves, y una cantidad igualmente indeterminada de víctimas, familiares de los muertos y ciudadanos comunes y corrientes que, sacudidos por la tragedia, acuden los centros de atención sicológica.Mientras muchos –la mayoría, seguramente– se afanan por tratar de dar vuelta a la página, de volver a la normalidad, muchos, también, continúan sumidos en el trauma, atrapados en la pesadilla. Algunos se refugian en la catarsis. Otros interpretan el hecho: si en enero, en ocasión del atentado contra la revista Charlie Hebdo y el asesinato de varios de sus colaboradores, Francia fue atacada en uno de sus símbolos más preciados (la libertad), el golpe, esta vez, dolió más porque ninguna de las víctimas había hecho absolutamente nada que ofendiera a los autores de la barbarie. Todas eran inocentes.Abaaoud y varios de sus cómplices no tenían sus raíces en Iraq o Siria, donde se ubican las ciudades que integran el impropiamente llamado Estado Islámico. Abaaoud era belga. Como sus compañeros de aventura –varios de los cuales se inmolaron al perpetrar los ataques–, había sido adoctrinado en las cárceles europeas en que hay, se estima, alrededor de 60 mil fanáticos del islamismo en su versión más violenta. Se trata, según los entendidos, de jóvenes –principalmente– resentidos porque los núcleos sociales a los que pertenecen, los segregan, les regatean oportunidades, les hacen la vida imposible.-III-Ellos son el enemigo al que las potencias occidentales han declarado la guerra. Un enemigo sin nombre y sin rostro. Un enemigo omnipresente, que ya amenazó con asestar más golpes. Un enemigo que mata indiscriminadamente, “en nombre de Dios”. Un enemigo especialmente temible porque el fundamentalismo y la intolerancia son sus leyes supremas... y porque, al final de cuentas y salvo prueba en contrario, un enemigo invisible es un enemigo invencible.