Es poco probable que el “hermoso muro” fronterizo que el entonces candidato Donald Trump hizo soñar a sus potenciales electores que construiría, con la sana intención de ponerlos a salvo de las amenazas que representan los “vendedores de droga, asesinos y violadores” que todos los días, burlando las leyes y eludiendo las aduanas, arriban desde el sur a su sacrosanto territorio, se construya una vez que el personaje de marras se convierta en presidente. Pero no será por costoso ni porque los mexicanos se rehúsen a pagar los miles de millones de dólares que costaría construirlo… sino por innecesario.-II-De hecho, la tercera parte de la frontera entre México y Estados Unidos —mil 126 kilómetros, según cifras oficiales— ya está resguardada por barreras metálicas. Debajo de ellas, sin embargo, especialmente en los puntos en que coinciden núcleos urbanos (Mexicali-Caléxico, Ciudad Juárez-El Paso, por ejemplos), se han descubierto túneles utilizados indistintamente para introducir lo mismo droga que personas, y es posible que existan otros, empleados para los mismos fines, ignotos hasta ahora. El resto de la frontera, incluidos los extensos trechos en que hay barreras naturales –el río Bravo, el desierto...— está cuidadosamente custodiada mediante drones o sensores, y es previsible que las medidas de seguridad ya imperantes, se intensifiquen una vez que el presidente recién electo por los estadounidenses empiece a gobernar y obtenga el apoyo del Congreso para hacer efectivas las promesas que le valieron muchos de los votos que lo llevarán, fatalmente, a la Casa Blanca.-III-Muchas de las baladronadas que Trump disparó durante la campaña electoral, difícilmente se harán efectivas en la medida ni con la premura con que fueron pronunciadas por ese siniestro personaje. Ni la deportación masiva de los once millones de mexicanos indocumentados que residen en territorio norteamericano es cuestión de “enchílame otra”, ni borrar de un plumazo los efectos del Tratado de Libre Comercio vigente desde hace cerca de dos décadas, puede ser un acto de voluntad, un arrebato o un capricho de un gobernante de los Estados Unidos o de cualquiera de los otros países que lo suscribieron.De que vienen —mejor dicho: de que llegaron ya— tiempos difíciles para México y para los mexicanos residentes allende la frontera, no hay la menor duda… Suponer, en consecuencia, que den los resultados apetecidos las preces que ayer se elevaron en la Catedral de México, “por nuestros hermanos indocumentados que trabajan en Estados Unidos, para que sea reconocida su dignidad y reconocidos sus derechos” por parte de un barbaján acostumbrado a anteponer sus intereses a la dignidad y los derechos de los más débiles, es, por decir lo menos, ingenuo.