Viernes, 26 de Julio 2024

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- “Demasiada rata”

Por: Jaime García Elías

- “Demasiada rata”

- “Demasiada rata”

Es noticia... y no lo es.

La del cardenal José Francisco Robles Ortega, al pronunciarse a favor de que se debata sobre la eventual legalización de la mariguana, volvió a ser una voz amable; cristiana, en toda la extensión del vocablo... Es noticia, porque no siempre, en los últimos años, la palabra del jerarca más importante, a nivel local, de la Iglesia Católica, tuvo ese tono ponderado y respetuoso. (Esa palabra, muchas veces, como consta en actas, fue estridente, brutal, disolvente). Y no es noticia porque, felizmente, desde que monseñor Robles está al frente de la Arquidiócesis de Guadalajara, ese ha sido el tono de sus declaraciones: prudente, mesurado, respetuoso, conciliador... Pastoral, en suma.

-II-

El tema, en la tradicional rueda de prensa semanal de su eminencia, resultaba obligado: un punto de la agenda pública, en el curso de la semana anterior, había sido la idea del diputado local Enrique Velázquez, de abrir un debate sobre el asunto...

Puesto que —como decía el propio diputado Velázquez— “un estudiante de secundaria accede más fácilmente a un carrujo de mariguana que a un cigarrillo de tabaco”, parece pertinente ponderar la posibilidad de que se siga el ejemplo de sociedades en que el Estado controla la producción y la venta de ciertas drogas... pero también hace esfuerzos serios por tratar a los adictos. No se trata de promover la drogadicción, sino de combatir el cáncer del narcotráfico. Improbable como parece que el Sector Salud —tan limitado, tan insuficiente para atender todos los asuntos que reclamarían su atención— se haga cargo, el hipotético debate se resolvería, casi seguramente, a las primeras de cambio, en sentido negativo: el tema de las drogas es —salvo prueba en contrario— “demasiada rata para tan poco gato”.

-III-

Puesto que la posición de la Iglesia acerca de muchos temas relacionados con la moral (disciplina que trata de la bondad o la malicia de la conducta humana) es de sobra conocida, difícilmente la modificaría en función de las conclusiones a que se llegara en el debate. Pero admitir que el asunto debe discutirse con seriedad, y respetar, a priori, las opiniones de quienes piensan diferente, en contraste con las declaraciones dogmáticas, rotundas, tronantes, intransigentes que hasta hace unos meses surgían a la menor provocación desde esa trinchera, que debería ser respetable en grado extremo, es —¡aleluya, aleluya...!— un voto a favor de la luz que suele resultar de la discusión civilizada.
 

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