Jueves, 17 de Julio 2025
Entretenimiento | Continuemos con el viaje del explorador flamenco, quien se proponía dar la vuelta al mundo y visitar la tan buscada Tierra de Davis

Roggeveen desde la isla de Robinson hasta Yakarta

El navegante narró que al estar cerca de la costa, se había acercado nativo con el que intercambiaron productos, bebieron y comieron;

Por: EL INFORMADOR

Continuemos con el viaje del explorador flamenco, Jacob Roggeveen, quien se proponía dar la vuelta al mundo y visitar la tan buscada Tierra de Davis. Luego de haber permanecido en el archipiélago Juan Fernández (frente a las costas de Chile), en la isla donde vivió Selkirk, supuesto inspirador de la historia de Robinson Crusoe, partieron hacia el Oeste, en abril de 1722. En el paralelo 27° de latitud Sur descubrieron una extensa isla que parecía estar habitada y muy bien cuidada. Parecía un “verdeante oasis en medio del desierto del mar del Sur”. Se trataba de la Rapa Nui, que Roggeveen llamó Isla de Pascua, por ser durante esos días en que dieron con ella.

El navegante narró que al estar cerca de la costa, se había acercado nativo con el que intercambiaron productos, bebieron y comieron; los músicos de la tripulación tocaron para él y éste danzó y cantó para ellos. El anfitrión de la isla era amable, “estaba cubierto de tatuajes, adornado de pies a cabeza y su piel era morena… robusto de alta talla y de aspecto agradable…”

A la mañana siguiente anclaron en una bahía y de inmediato sus naves fueron visitadas por varias piraguas que les llevaban regalos, mientras otros naturales del lugar esperaban en la playa. No parecían que estuvieran guiados por jefe alguno. Cuando desembarcaron ocurrió un lamentable accidente: a uno de los marinos se le disparó su arma de manera accidental ocasionando la muerte de uno de los anfitriones isleños. Ante el asombro, el desconcierto y la sorpresa de todos, y temiendo Roggeveen que los indígenas los cercaran y atacaran, éste ordenó disparar en círculo matando a varios nativos, lamentablemente entre ellos se reconoció al amigo que los había visitado en el barco el día anterior.

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Tuvieron que irse a otro extremo de la isla y sabían que no podían permanecer mucho tiempo en ella; aun así, el cronista de la expedición, Behrens, tuvo oportunidad de visitar los rincones del lugar y llegó a contar 550 de las famosas estatuas (moái) que son obra característica de la isla y que todavía hoy son un enigma. Eran enormes y estaban dispersas por toda la isla, además de otros monumentos menores pero igualmente interesantes. Behrens consideró que aquellas estatuas no eran obra de los actuales habitantes sino que eran mucho más antiguas. Incluso, aún cuando los nativos las cuidaban y veneraban, no parecían rendirles un culto especial.

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Rogeveen siguió entonces sobre el trópico de Capricornio, hacia el Oeste, y llegó al archipiélago Tuamotu, gran cantidad de islas a las que llamó “del Laberinto”, en medio del Océano Pacífico. La nave Africana se estrelló contra uno de los arrecifes y tuvo que ser abandonada; los indígenas del lugar se pusieron en alerta y el ambiente se volvió tenso, además de que los rescatados de la Africana contra Roggeveen protestaron por su sueldo, el cual por lo regular se pierde después del hundimiento de la nave en que se viaja.

La situación se controló cuando anclaron en la isla Makatea, al extremo Poniente de las Tuamotu. Los nativos del lugar los recibieron con regalos y plantas medicinales para mitigar los males de la tripulación; llamaron entonces al lugar “isla de la Curación”.

Continuaron por el Norte de Nueva Guinea y observaron varias islas aunque no todas fueron visitadas. La tripulación estaba cansada y todavía enferma; al llegar a Java, los enfermos fueron atendidos, la carga confiscada y Roggeveen encarcelado: por el cargo de haber violado el monopolio de la Compañía de las Indias Orientales, misma que pocos años antes le había negado el financiamiento para ese viaje.

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Por fortuna fue absuelto de todo cargo en La Haya, aunque en 1729 perdió el caso contra la muerte, sin haber publicado el relato de sus aventuras. Pero gracias al testimonio de Behrens y al diario del desafortunado capitán, publicado en 1911, conocemos su periplo y su deseo cumplido de haber circunnavegado el planeta, como pocos lo habían hecho en aquellos años.

  Cristóbal Durán

ollin5@hotmail.com

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