Viernes, 03 de Mayo 2024
Cultura | Leer para qué

El mundo alucinante

Leer para qué

Por: EL INFORMADOR

GUADALAJARA, JALISCO (26/FEB/2012).- El sentido común indica que si una persona jamás lee, cualquier avance que se logre en su aproximación a las letras es ganancia. Si nos mesamos los cabellos porque nuestras estadísticas indican que estamos hundidos en la inopia, es lógico sostener que más nos valdría que la gente leyera lo que fuese, incluyendo El Libro Vaquero, las Niñas Bien o las obras del más reciente gurú de la autosuperación, a que se mantuviera en veda con respecto a la palabra escrita. Con ello, se suele argumentar, no sólo ayudaríamos a rescatar a nuestra inteligencia del pantano, sino apuntalaríamos a la industria editorial y la salvaríamos, quizá, de la quiebra que lleva años pretendiendo eludir.

Esta postura suele acompañarse con la enunciación de un argumento que ha servido como la justificación ante la existencia y éxito de esas narraciones populares (por su postura ante el lenguaje y altas ventas) del tipo de las que los gringos denominan best sellers: historias que, pese a recurrir a personajes y concepciones del mundo totalmente oxidados, pueden funcionar como un puente por el cual el ignorante brinque el río puerco de la brutalidad y desemboque en la vía que conduce a la razón. Según esta teoría, de la lectura de Bárbara Cartland se puede pasar a la de, digamos, Patricia Highsmith y, con ello, la propia visión del mundo se va a problematizar y refinar (y hay que admitir que, por ejemplo, es más probable que un lector de Miss Cartland, habituado a un mundo de referencias más emotivo que racional, vote por los Peña Nieto del mundo, reputándolos como “príncipes azules”, a que lo haga alguien con lecturas más complejas).

Ahora, bien: este no es un salto que se dé en la mayor parte de los casos (por eso hay más lectores de obritas “románticas” que de narrativa seria o materias más arduas para el lector poco avezado, como la filosofía). Y si bien es cierto que la lectura puede ser considerada una actividad respetable en todas sus manifestaciones, también lo es que no todas las lecturas son iguales y que los entes de educación (tanto instituciones como profesores, talleristas, promotores o quien buenamente sea) deben ser capaces de proponer a sus pupilos textos que, aún cercanos a sus intereses y posibilidades, puedan cumplir efectivamente esa función “de puente” tan cacareada.  Y apoyarlos para que avancen.

No puede obligarse a la población a leer masivamente a Mann, Updike o Vila-Matas o a elegir un libro de Zizek o de Gadamer por sobre otro que hable de niños brujos. Pero debemos partir de la idea de que la meta debe ser que las mayorías se acerquen, así sea gradualmente, a la lectura compleja, o nos quedaremos, por siempre jamás, en la parte más simplona del camino.

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