Miércoles, 17 de Abril 2024

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Proporción

Por: Antonio Ortuño

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Conozco a Beto mucho menos de lo necesario para sentirme experto en la materia (es decir, en su detestable personalidad), pero también, por desgracia, lo conozco mucho más de lo que hubiera querido llegar a hacerlo. Me lo he topado, a lo largo de los años, en algunos eventos organizados por conocidos mutuos y, redes mediante, también, con frecuencia, he tenido la deprimente oportunidad de leer sus posturas sobre diversos asuntos públicos, privados y hasta inimaginables, porque Beto es una de esas personas que consideran importante tener una postura firme y razonada incluso en el tema de los OVNIS (en los que cree).

Hoy, luego de dedicar un rato que pasé esperando a que me atendieran en una recaudadora municipal a darle vueltas al tema, he llegado a una conclusión aterradora: el problema de Beto no es que sea, a la vez, ignorante, arrogante, prepotente, desdeñoso, incongruente y autoritario. Todos esos son síntomas. Su problema es que carece de sentido de la proporción. Que, por ejemplo, malentiende la consabida frase “todo es político” como “todo da lo mismo”, así que es capaz de irrumpir en el escenario escolar en el que se lleve a cabo una inocua y tediosa pastorela para reclamar, a gritos, que se está enajenando a los niños. Así, con la misma energía con que intentaría (hemos de creer) evitar el asesinato de un inocente en la vía pública. Beto no considera que las ideas de los padres, los maestros y los propios niños puedan resultar, así sea residualmente, dignas de consideración. Lo suyo es pontificar, así sea a costa de que su hijo pase, otra vez, una vergüenza enorme. ¿Acabó Beto con el pensamiento mágico y evitó una nueva Cristiada por interrumpir la canción “Entren, santos peregrinos”? No. Lo único que consiguió fue asustar al chamaco que hacía de San José, que se pusiera a llorar y que se le mojaran las barbas falsas. Todo para que el alma misionera de Beto se sintiera satisfecha.

Por eso abomino de él. Porque puede quedarse de pie y esperar a que uno le dé un sorbo a la cerveza (que uno es capaz de beberse sin parar, para ver si Beto se desanima y se va antes de pretender establecer cualquier tipo de diálogo) antes de declarar: “Esa basura industrializada le costó la tarde a más de ochenta mil obreros”. Y ni pensar en destaparse una artesanal porque esa representa los intereses de clase de unos burgueses malévolos. Hasta al agua pura le encuentra algo malo Beto, ya sea de botella, de garrafón o de filtro: parece que el único modo válido para él es esperar a que llueva, salir a la calle y abrir la boca.

¿Cuál es el problema? No, no se trata de que yo les proponga que nos ceguemos ante los evidentes males del planeta. Está todo de la fregada. La economía condena a millones a sufrir carencias horrendas. El medio ambiente colapsa y nuestra relación con los ecosistemas que nos rodean es de saqueo salvaje. El asunto es que Beto ha decidido que su modo de luchar contra eso es torturar y aterrar a la gente a su alrededor, a la que acusa de todo tipo de pecados, en vez de entregarse a una verdadera lucha política. Como da por sentado que los grandes poderes no van a escucharlo (como a nadie, porque solamente son capaces de escucharse a sí mismos), considera que su misión es darles de patadas y escupitajos a sus compañeros de barco.  Y sobre ellos, sobre las maestras y compañeritos de su hijo y los otros padres de la escuela, por ejemplo, descarga su ira.

Por eso en la posada anual no se le acercan ni las arañas.

DR

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