Jueves, 25 de Abril 2024
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Jesús, el Cordero de Dios

La redención de Cristo tiene un fin: liberar al hombre de la esclavitud del pecado

Por: EL INFORMADOR

El bautismo de Jesús no es un baño corporal en el agua, sino una experiencia interior en la que nos dejamos empapar por su Espíritu. ESPECIAL /

El bautismo de Jesús no es un baño corporal en el agua, sino una experiencia interior en la que nos dejamos empapar por su Espíritu. ESPECIAL /

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Lectura del Libro de Isaías (49,3.5-6):

“Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso”.

SEGUNDA LECTURA
Comienzo de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (1,1-3):

“La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros”.

EVANGELIO
Lectura del Santo Evangelio según San Juan (1,29-34):

“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.

GUADALAJARA, JALISCO (15/ENE/2017).- Jesús fue señalado por Juan el Bautista, como el Cordero de Dios que con su muerte borra el pecado del mundo, y restaura al hombre a su imagen original, reflejo de Dios y llamado a la santidad.

El evangelista San Juan es el testigo y narrador. Presenta una escena en la ribera del Río Jordán: ante una multitud, el encuentro del otro Juan, el Bautista, y Cristo, el Señor. Juan —profeta y más que profeta— preparó con su predicación el camino para la llegada del Mesías; Juan, el soldado, bautizó al Rey, al Siervo del Señor, al Hijo del hombre, es decir al hijo de Dios. Y para concluir su misión de precursor, ahora y por último, y para él ya no volver a aparecer: “Vio Juan el Bautista a Jesús, que venía hacia él, y exclamó: “ ‘¡Este es el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo!’ ”

Sin duda sus palabras fueron reforzadas con el signo que trazaron su mano y todo su brazo, para recalcar que ése, y no otro, era el Cordero. Y, ¿por qué se le llama cordero? Entre los israelitas, con una tradición enriquecida en sus libros sagrados, el cordero tiene un profundo simbolismo: El profeta Jeremías, perseguido por los malvados, se siente “el cordero que llevan al matadero” (Jeremías 11, 19). Con visión profética, Isaías ve al Siervo de Yahvé “como cordero llevado al matadero como oveja muda ante los trasquiladores” (Isaías 42, 2). El simbolismo de mansedumbre y silencio, con los rasgos del Siervo: “No clamará, no gritará, no romperá la caña cascada, ni apagará la mecha que aún humea” (Isaías 42, 2). Por mandato de Moisés, los israelitas comieron el cordero pascual, la noche antes de salir de Egipto, con las normas prescritas de que el cordero “debería ser macho, de un año, sin mancha ni defecto. Deberá ser sacrificado sin romperle un solo hueso” (Éxodo 12), y siempre así han seguido celebrando la cena pascual. Se ha considerado siempre que ese cordero pascual del pueblo hebreo es la figura de Jesucristo, sacrificado en la cruz. Lo más altamente significativo en la Sagrada Escritura.

El hombre, por flaqueza o por malicia y haciendo mal uso de su libertad, se atreve a oponerse a los planes de Dios y a quebrantar sus preceptos, sus leyes, y así comete pecado. El pecado es mancha de la humanidad. El pecador es un esclavo de los poderes del mal; sus debilidades, sus vicios, lo tienen encadenado; y así uno, y así muchos. De entonces ahí la necesidad de un liberador, de un redentor; y éste es el tributo esencial de la persona de Cristo. La redención de Cristo tiene un fin: liberar al hombre, a los hombres, al género humano, de la esclavitud del pecado. La historia de la salvación se resume en el plan de Dios para liberar a los hombres del pecado y de la muerte eterna. El Evangelio es la revelación de que el Hijo de Dios se hizo hombre para redimir a los pecadores. Redimir significa pagar el rescate para que los pecadores vuelvan a ser libres.

Cristo, elevado en la cruz, pagó con su sangre, su pasión y su muerte el rescate por todos los pecadores. Era necesario el sacrificio. Por eso varias veces el Señor anunció que subiría a Jerusalén, a padecer y a ser levantado en alto. Y a los discípulos de Emaús, que tristes y confundidos volvían a su aldea, cuando el Señor de incógnito caminó con ellos y les abrió su mente, les interrogó: “¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?” (Lucas 24, 26).

José Rosario Ramírez M.

¿En qué tipo de Dios crees?

Bautizar significa sumergirse en agua (bañarse o limpiarse). El bautismo de Jesús no es un baño corporal que se recibe sumergiéndose en el agua, sino un baño interior en el que nos dejamos empapar y penetrar por su Espíritu, que se convierte dentro de nosotros en un manantial de vida nueva e inconfundible. Nos inquieta mucho que bastantes padres no bauticen ya a sus hijos. Lo que nos ha de preocupar es que muchos se marchan de nuestra Iglesia sin haber oído hablar del “bautismo del Espíritu” y sin haber podido experimentar a Jesús como fuente interior de vida. Por eso es importante preguntarnos: ¿Qué puede enseñarnos Jesús a los hombres de hoy? ¿Qué nos puede decir que ya no sepamos? Jesús enseña a creer en el Dios verdadero. De ordinario, los hombres nos ponemos ante Dios con la misma actitud de egoísmo, engaño y autodefensa con que nos ponemos ante los demás.

Es común ver personas que acuden a un Dios “tapagujeros”, es decir, como si Dios tuviera que emplear todo su poder en favorecerles a ellos y en arreglar el mundo según sus gustos. Luego se quejan de que Dios no hace tal o cual cosa, no remedia los problemas como ellos entienden que debiera hacer. Sin embargo la propuesta cristiana es que Dios no está ahí para complacer nuestros gustos o suplir nuestra falta de responsabilidad, sino justamente para hacernos más responsables ante nuestra propia vida.

Entonces se puede pensar fácilmente en un “Dios apático”, lejano y frío, insensible a nuestras penas y necesidades. Pero Jesús presenta a un Dios cercano, enemigo de todo lo que esclaviza y hace sufrir al hombre, interesado en conducir la historia y la conducta de los hombres hacia el bien y la felicidad de todos.

Otros siguen creyendo en un “Dios sádico”, convencidos de que a Dios le agrada más el sacrificio y sufrimiento de los hombres que su vida gozosa y feliz. Incluso piensan que Dios sólo ha quedado satisfecho gracias a la sangre de su Hijo, cuando todo el Nuevo Testamento nos está diciendo que Dios nos perdona y nos ama de manera absolutamente gratuita, y la muerte de Jesús es precisamente el testimonio más evidente de que Dios nos sigue amando.

Otros se imaginan a un “Dios interesado”. Estamos tan acostumbrados a que entre nosotros casi nada se dé gratuitamente, que no podemos pensar que Dios sea absoluta gratuidad. Sin embargo, Jesús nos revela que Dios es amor gratuito, puro gozo de dar. Que Dios nos ama porque sí, porque ser Dios es precisamente amar, darse, comunicarse, dar la felicidad total al ser humano.

Está también “el Dios policía, juez y verdugo” que nos persigue por todas partes para encontrarnos en pecado y descargar sobre nosotros el peso implacable de su Ley, “el Dios del orden y la seguridad”, que defiende los intereses de aquellos a los que les va bien... Verdaderamente los hombres somos capaces de imaginar cualquier cosa de Dios.

Está creciendo el número de personas que buscan algo que les dé fuerza interior para afrontar la vida de manera diferente. Los seguidores de Jesús no podemos vivir una espiritualidad seria, lúcida y responsable si no está inspirada por su Espíritu. Nada más importante podemos hoy ofrecer a las personas que una ayuda a encontrarse interiormente con Jesús.

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