Viernes, 19 de Abril 2024
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El imperio del dedazo

No importa si son amarillos, rojos, azules o naranjas, la tiranía de la dedocracia se ha devorado cualquier esbozo de democracia interna en los partidos

Por: EL INFORMADOR

La tiranía del dedo para elegir candidatos supone múltiples vicios que impiden la construcción de una democracia con mayor calidad. EL INFORMADOR / J. López

La tiranía del dedo para elegir candidatos supone múltiples vicios que impiden la construcción de una democracia con mayor calidad. EL INFORMADOR / J. López

GUADALAJARA, JALISCO (03/SEP/2017).- El dedo divino resistió al aterrizaje democrático. Cual metástasis en un cuerpo invadido por el cáncer, el dedazo mutó de la ilegitimidad del viejo régimen a la aceptabilidad en el nuevo sistema. Antes, el dedazo se cubría de simulación y de toda una construcción discursiva que lo justificaba. “Consultamos a las bases, as las organizaciones y a los sectores” decía el Presidente del PRI. Detrás, sabíamos que la elección del sucesor presidencial constituía una decisión personalísima del Presidente. El dedazo le permitía al jefe del Ejecutivo cohesionar a su partido y tripular activamente la sucesión, hasta el día de su inevitable sustitución.

Hoy, la tiranía del dedo se ha universalizado. PRI, PAN, PRD, MC, Morena, el Verde, quien usted me diga. Auxiliados en una encuesta, algunas veces pública y otras veces que se resguarda como misterio de fe, el líder político -sea Presidente de la República, de partido, alcalde, gobernador o senador- señala a su sucesor sin la necesidad de que medie ningún tipo de proceso democrático. Se esconde el dedo con múltiples mecanismos. Los militantes de los partidos políticos se convierten en alegres alcahuetes de la decisión que toman sus cúpulas y lo único que exigen es un buen empleo cuando llegue la ansiada repartición del pastel posterior a la elección.

El debate sobre el dedazo en los partidos político volvió al centro de la vida pública en México tras el proceso que siguió Morena para elegir a Claudia Sheinbaum como su candidata a la Jefatura de Gobierno de la capital en 2018. Morena, de acuerdo con lo que dice su líder nacional -Martí Bartes-, mandó a hacer una encuesta en donde Sheinbaum encabeza las preferencias, superando a Ricardo Monreal. Más allá del debate sobre la utilización de encuestas como fórmula para decidir candidatos -común en todos los partidos políticos-, el proceso estuvo marcado por la opacidad: no conocimos ni metodologías, ni preguntas, ni casa encuestadora. Nada. Dichas omisiones llevan a pensar que la encuesta es sólo una pantalla, pero que la decisión fue tomada con anticipación por Andrés Manuel López Obrador.

Sin embargo, no es un problema exclusivo de Morena. ¿Cómo eligió el PRI a Alfredo Del Mazo para que fuera su candidato en el Estado de México? ¿Cómo eligió el PAN a Javier Corral para que encabezara su candidatura en Chihuahua? ¿Bajó qué método el PRD escogió a Mancera como sucesor de Ebrard en la capital? ¿Qué hizo el Verde para decidir que Pablo Escudero se convirtiera en su líder en el Senado? ¿Qué mecanismo utiliza MC para decidir sus candidaturas en Jalisco? El dedazo, punto final.

La tiranía del dedo para elegir candidatos supone múltiples vicios que impiden la construcción de una democracia con mayores niveles de calidad. En primer lugar, el dedazo provoca la personalización de la política. Al no depender de procesos democráticos internos, de la participación de los militantes o simpatizantes de un partido, la sucesión adopta los rasgos del decisor y la lealtad del candidato es interpersonal. No hay pegamento ideológico cuando el dedazo aparece; no hay compromiso con las ideas. La lealtad se negocia y eso pone en riesgo el compromiso del futuro gobernante con los ciudadanos. De la misma forma, el dedazo aumenta las posibilidades de una mala elección del candidato. Y no sólo eso, la decisión unilateral de un candidato, sin la participación de los militantes, elimina un contrapeso necesario para saber si un candidato tiene un presente o un pasado turbio.

El dedazo carcome la vida interna de los partidos políticos. Los institutos políticos en México se han vaciado de contenido. No hay discusiones, debates, procesos internos. Los que siguen apostando por esta vía, primarias o elección de delegados -el PAN-, han caído también en la corporativización de su militancia. Las enormes cantidades de recursos públicos que reciben los partidos y el monopolio que tuvieron por décadas sobre la representación, los llevó a construir un vínculo totalmente clientelar con sus bases. Más que ideas, programas o procesos internos, las militancias pedían prebendas, puestos y acceso a recursos públicos. Pasaron de ser agrupaciones de ideas e intereses, a ser vehículos de acceso al poder, única y exclusivamente. El pragmatismo aniquiló la incipiente vida democrática que observábamos en algunos partidos políticos.

De la misma forma, el dedazo contradice uno de los principios de la Constitución y que luego se expresa en la Ley General de los Partidos Políticos: los institutos políticos son entidades de interés público. Por eso reciben 6.7 mil millones de pesos a nivel nacional, más la asignación por cada una de las entidades federativas. En total, los partidos políticos recibirán casi 12 mil millones de pesos (los presupuestos de Guadalajara y Zapopan, juntos). Y, sin embargo, los partidos políticos se comportan como si no recibieran tremendo subsidio: toman las decisiones entre unos poquitos, los cargos públicos los reparten entre sus cuates y el dedazo se impone en casi todas las decisiones públicas. Como en Estados Unidos, las primarias o elecciones internas abiertas a simpatizantes deberían ser regla ineludible. Si vivimos en una democracia, los partidos deberían ser los principales promotores.

El autoritarismo que irradia a los partidos políticos no es sólo culpa de ellos o de la falta de una legislación adecuada que los obligue a abrirse. El autoritarismo, que tiene en el dedazo a uno de sus principales exponentes, se reproduce entre los partidos, también por la indiferencia social. Como sociedad hemos permitido que los partidos políticos seleccionen a sus candidatos como les dé la gana, hasta el punto de que los electores no premian a quienes se esfuerzan por medianamente llevar procesos internos con apertura. Para el cálculo de los partidos: democratizarse es riesgoso y el ciudadano común no le concede ningún tipo de virtud. Al igual que en otras agendas, la democratización de los partidos y la erradicación del dedazo como forma de transmisión autoritaria del poder desaparecerá cuando los ciudadanos premien a quien apueste por abrir sus procesos y castigue a quien se mantenga leal a las viejas prácticas. No es ninguna novedad: los partidos sólo cambian cuando sienten que pueden perder el poder.

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